XLIII Trofeo José Cano – Canillejas (2023)

Cartel Canillejas 2023

Duodécima participación en la carrera de mi barrio. La carrera en la que más he participado y también a la que he dado más caña desde este blog. Todavía recuerdo mi post de 2013 en la que tantas y tantas cosas me parecían mal y en el que reconozco que fui duro.

Diez años han pasado y Canillejas es ahora perfecta. Debo decir, y me alegra, que es un gusto correrla, que su trazado es espectacular, que la camiseta se da cuando se tiene que dar, que está bien organizada, que los puntos kilométricos están bien marcados y son visibles, que el avituallamiento es correcto y que la bolsa en meta (¡por fin!) tiene agua. El precio ha subido un euro (este año, 14 euros) y los gastos de gestión también (¡más de un euro de gastos!), pero considerando la tendencia inflacionista de la economía, era algo que se podía prever. Aun así, no es cara para lo que es Madrid y menos aún si pensamos que Canillejas es historia del atletismo español. Uno no corre sólo un 10K cuando participa en la José Cano, uno forma parte de una leyenda.

Sí, Canillejas tuvo tiempos mejores. Tiempos en los que era una estrella que brillaba (¿acaso no brillan todas las estrellas?) y que todos codiciaban. Hoy es una modesta carrera de barrio, pero que levante la mano aquel que organice una carrera tan bien y con una historia como la suya. No se ven manos levantadas, ¿verdad? Hoy Canillejas vale mucho más que esos 1645 llegados a meta (de 1885 inscritos), que si bien son 200 más que el año pasado, aún son pocos para lo que esta carrera es y, sobre todo, lo que merece. Por eso, si hay alguien que todavía lee blogs (jaja), llega hasta aquí (jajaja) y aún no ha corrido el Trofejo José Cano, le animo a que no se lo piense, que la corra, que disfrute y que guarde ese dorsal para ponerlo de recuerdo junto a las más grandes.

Una vez dicho esto, que realmente es lo que yo quería contar aquí, brevemente hablaré de mi participación. Y tiene que ser breve porque no hay mucho que contar. Tras Oporto, ha sido mi primer dorsal y vine a bajar de 50 minutos, sin más pretensiones. No entreno más que los fines de semana, mi Strava da fe, y mis ritmos de rodaje son los de una tortuga, así que tampoco podía aspirar a más. En la salida me puse en mi sitio (de la mitad para atrás) para no estorbar. Durante los dos primeros kilómetros busqué mi ritmo y mi espacio y a partir del tres tocó gestionar Arcentales apretando en las bajadas y contemporizando en las subidas (al trantrán, que digo yo). Una vez en el kilómetro 7 tocó pisar acelerador y hasta meta. Entiéndaseme cuando hablo de apretar el acelerador… para mí eso es ir a 4:20-4:30 min/km, ritmos que para mucha gento son lentos, pero que yo no suelo ni oler en los entrenamientos (mayormente porque me cansan).

Al final 48:51 de tiempo oficial (48:11 de tiempo neto) y puesto 757 de 1645. Es decir, una mediocridad, pero ahí estoy… si no dándolo todo, casi todo. 😉

19ª EDP Maratona do Porto (2023)

19ª EDP Maratona do Porto (2023)

Oporto fue la elegida para ser mi primera maratón postpandemia… en 2021. Una lesión no me dejó ni siquiera estar en la línea de salida pero aun así siguió siendo mi objetivo y ese objetivo se cumplió por fin el pasado 5 de noviembre.

Ya no suelo confiar mucho en que no estaré lesionado si me apunto con demasiado tiempo de antelación a un maratón, y tal como se ha puesto el precio de las maratones, tampoco me atrae eso de gastarme una pasta en la inscripción para luego no ir. Por eso elegí Oporto. Una maratón de 35 euros en su primer tramo y una ciudad accesible en coche o en avión (encontramos vuelos muy baratos), sin problemas de ocupación hotelera, buena red de transporte público y bonita.

Tampoco la carrera tenía malas críticas. Si bien es cierto que no es totalmente llana, es muy plana para los que venimos de Madrid. Y la organización de la carrera es buena: la feria es decente en tamaño, bien organizada, sin esperas, con un muy buen ambiente deportivo y con una bolsa del corredor que no se limita a darte camiseta y dorsal.

Oporto, por otro lado, es una maravilla para visitar en esta época del año: pasear por las orillas del río, tomarte un café y un pastel de nata en cualquier cafetería, visitar sus monumentos, comer una francesinha o un buen bacalao, montar en barco, visitar una bodega. Un montón de actividades que se pueden hacer sin tener que gastarte una fortuna.

El recorrido en sí es muy lineal. El trazado lo marca la línea de la costa y las orillas del Duero (subir al centro de Oporto sería un suicidio deportivo pues convertiría una maratón de asfalto prácticamente en una maratón de montaña). Vas y vienes, te cruzas con compañeros continuamente y hasta con la élite, que ya está terminando cuando a ti todavía te queda. Este año, además, se recuperó el circuito clásico de las tres ciudades (Matosinhos, Porto y Gaia) al haber concluido las obras del puente Luis I. Lo único malo son los tramos de adoquín que pueden castigar un poco las piernas, pero tampoco es para tanto, de hecho yo terminé con las piernas menos cargadas que en otras maratones. Eso y que empieza a la 8 de la mañana. Para los perezosos como yo, negativo.

El día empezó fresco, así que la térmica era obligatoria para un friolero como yo, aunque elegí la manga corta y creo que hice bien. Llegué al Queimódromo (la zona de meta) con tiempo para dejar la bolsa en el ropero que, con inteligencia por parte de la organización, habían dispuesto dentro de unas naves, lo que nos protegía de un viento que, en Matosinhos, localidad ubicada frente al Atlántico, es muy fuerte. En el Queimódromo había además retretes y meódromos portátiles. Como la zona de meta está algo separada de la línea de salida, el recorrido hasta el Fuerte de San Francisco Javier sirve para calentar (recomendable, por el viento). Llegué a la Via do Castelo do Queijo desde la rotonda de la Anémona a pocos minutos de la salida, así que estaba a reventar. La salida es conjunta para la Maratón y la carrera de 10K (aunque estos se ubican detrás de los maratonianos), en total más de 10 000 inscritos, por lo que me las vi y desee para entrar a los corrales de maratón que, como he dicho, están más adelantados y yo llegaba desde atrás. Pero vamos, que luego estábamos todos mezclados.

Dan la salida con puntualidad y empezamos a caminar. Tardo minuto y medio en poder pisar la alfombrilla de salida, conecto el Watch y a correr. Los diez primeros kilómetros transcurren por Matosinhos y tienen bastante desnivel. No me preocupa, mi estrategia de carrera es ir a 5:40 por minuto y mi planificación nutritiva es tomar los tres hidrogeles que llevo, uno cada hora, el último con cafeína. Si lo hago todo bien, mantendré el ritmo durante toda la prueba y acabaré en 4 horas.

Me encuentro muy bien durante esos primeros kilómetros. Somos muchos corriendo pero encuentro mi sitio y mi espacio. Poco a poco voy recuperando ese minuto y medio de demora desde el pistoletazo. Un lelo con la camiseta del ½ maratón Movistar de Madrid me adelanta como loco, zigzagueando, a la altura del km 5. Un poco más adelante arrolla a un espectador en una rotonda y cae rodando al suelo. Qué necesidad.

A la hora me tomo mi gel. Se me ha pasado volando. Llevo más de 10 kilómetros y apenas me quedan 30 segundos que recuperar. Dejamos atrás Matosinhos y entramos en la zona de las playas y del estuario del Duero. Sale el sol y empiezo a sentir su calor. Dudo en si quitarme la camiseta de manga corta y quedarme sólo con la térmica. Pero llegando a la zona de la Alfandega se vuelve a nublar y sopla algo de viento frío. Nos cruzamos con la cabeza de carrera cerca del kilómetro 19, ellos van por el 34, les queda nada. Abandonamos la ribera de Oporto por el puente Luis I, con su viento lateral y su animación, y entramos en Vila Nova de Gaia, la segunda parte del nombre de Portugal (Portu-: Porto; -gal: Gaia) y en la segunda parte de la carrera porque paso la media apenas a unos cientos de metros del puente, cerca del Mercado Beira-Rio. El Aquiles se está portando fenomenal, no obstante me llevé las zapas más amortiguadas de mi armario y con menos kilómetros (Adidas Solar Glide 5).

He recuperado todo el tiempo que había perdido y clavo la marca en la media. Me tomo mi segundo gel porque empiezo a necesitarlo. Sin embargo, esta vez no noto el efecto, lo que hace que salten todas mis alarmas. En el kilómetro 24 nos cae una chupa de agua monumental. El suelo se encharca y la ropa pesa, pero es lo que tiene correr junto a la costa Atlántica en estas latitudes y en esta época del año. Del 24 al 25 se me hace eterno. Vuelve a salir el sol. Tengo sed y hambre, así que en el avituallamiento, aparte del agua, me como un cuarto de naranja. Miro el reloj, he vuelto a perder 48 segundos con respecto al plan. Las pulsaciones no me bajan tampoco y voy en zona de fatiga. No importa. A la mierda el plan. Bajo un pistón para contener las pulsaciones. Me pasa el globo de las 4 horas y no hago nada por seguirlo. Tengo que bajar más pulsaciones, pero sólo consigo hacerlo en 4-5 latidos por minuto. Estoy fatigado, lo sé, lo noto, lo sufro.

Volvemos a cruzar el puente y entramos de nuevo en Porto, pero río arriba. El trazado es muy favorable y yo voy como si me hubieran clavado al suelo. En el km 30 he perdido tres minutos más con respecto al plan. En el 31 damos la vuelta y ahora, aunque la dirección es río abajo; es cuesta arriba. Ya sólo son 11 kilómetros todo recto hasta meta. Me tomo el gel con cafeína pero, como el anterior, no me sirve para nada. Tengo sed y al llegar al 32 no puedo más, no quiero correr más y me pongo a caminar.

Pasan muchas cosas por la cabeza en esos momentos. Estoy cerca del centro, podría retirarme y acabar una agonía que va a durar todavía, al menos, 10 kilómetros. Me he pasado 900 metros andando y elucubrando. Las piernas están bien y la frecuencia cardiaca ha bajado. Ahora todo está en la cabeza. No voy a abandonar. Voy a correr y corro de nuevo. Pero camino de nuevo. Corro y camino. Camino y corro. Por cada 700 metros corriendo me regalo 300 caminando. Llego al avituallamiento del 35 y me bebo la botella de agua entera, un vaso de bebida isotónica y media banana de Madeira. Y vuelvo a correr y a caminar. Hago la goma con otros corredores. El globo de las 4:15 me pasa. Y yo sigo caminando y corriendo. En el avituallamiento del 40 vuelvo a comer y a beber isotónica, pero ya no necesito tanta agua. En el km 41 decido que ya no paro hasta meta. Y no paro hasta meta.

4:24:05 (4:22:32 neto).

Todo estaba en la mente.

En meta me dan mi medalla y una camiseta de finisher. Me tomo una pera y una banana. Me bebo una cerveza. Me echo por encima la manta térmica de aluminio que nos han dado para protegerme del viento y de las gotas de agua de lluvia, que empieza a caer de nuevo. Enfilo mis pasos al guardarropa y recojo mis cosas. Me da tiempo a estirar los isquios y los cuádriceps.

Recibo una llamada de mi mujer y mi hijo, me están esperando fuera. Me reúno con ellos y soy feliz. Ya no hay por qué correr y nos vamos a ir a comer los tres juntos. De camino al metro una chica y un corredor están sentados en una parada de autobús. Él está tiritando. Les ofrezco la manta térmica, yo ya no la necesito. La chica se la extiende por encima. Podría ser yo y no me gustaría verme así.

Decimosexta maratón completada.

Ya habrá tiempo de hacerlo mejor.

XV Media Maratón de Azuqueca (2023)

Por cuarta vez he participado en la Media Maratón de Azuqueca, a la que no volvía desde la edición de 2019, pero de la que sólo me he perdido la de 2022 debido a que la pandemia provocó la suspensión de la carrera en 2020 y 2021. Por eso, poco más puedo decir de ella que no haya dicho en las crónicas de 2015, 2018 y 2019, pero algunas novedades sí he notado este año. La primera y más importante es el desdoblamiento del 10K y la Media. Antes podías hacer las dos vueltas de la media… o una vuelta (la media de la media)… o incluso hacer una, o dos, o tres vueltas, como en la edición de 2015. Ahora no. Ahora te apuntas a una o a la otra.

Cartel de la XV Media Maratón de Azuqueca

Leí por alguna red social que estaba mal medida. Nunca me ha parecido eso a mí y he participado en ella con distintos relojes gps. Siempre la he tenido por bien medida, mi única crítica en alguna ocasión fue la colocación de puntos kilométricos que no estaban en su sitio. No he percibido siquiera eso en esta edición, y la carrera me marcó exactamente 21,17K en el Watch que utiliza la combinación de gps y podómetro (es decir, que corrige con su calibración de zancada y velocidad cuando la señal del gps es deficiente).

El circuito ha sufrido también alguna modificación: se ha suprimido la primera vuelta a la pista de atletismo, y el trazado es diferente en la segunda vuelta que se alarga al inicio por los alrededores del estadio para ganarle ese kilómetro y 97 metros necesarios para compensar los 10K exactos de la primera vuelta. Además, han suavizado la subida final al estadio al eliminar el paso por el Camino de Meco y la ascensión interminable que era la calle Rafael Guijosa tomada desde la rotonda. Bien por la organización.

Como contrapartida el precio ha subido a 17 euros (en 2018 era de 10) aunque sigue ofreciendo lo mismo, que es bastante para lo que se ve en otras carreras, incluyendo una medalla conmemorativa en la que ya pone la edición. 😉

En cuanto a participación, yo tuve la sensación de que era numerosa, sin embargo las cifras de finishers han sido 288 en la media y 228 en el 10K (516 en total), por lo que los niveles de 2019, (cuando se publicitó una cifra de 636 participantes) no se han vuelto a recuperar. Aunque tampoco se han desplomado. Sigo diciendo que es una gran carrera, que es muy plana, que está muy bien organizada y que se merece muchos éxitos más.

Dicho todo esto, mi carrera no fue todo lo buena que podía haber sido. Como conté en la entrada anterior, tras el Trail del Fuego del domingo pasado, me resentí de los tendones de aquiles. Descansé toda la semana y el día anterior a la media salí a comprobar en qué estado estaban. Pude correr sin problemas 9 kilómetros, y aunque notaba cierta incomodidad, no sentí dolor en ningún momento por lo que no me planteé en ningún momento no correr. Por la tarde, incluso, me enteré de que un compañero del Karate Olimpia, Rubén, iba a participar y quería llevar un ritmo de 5 minutos por kilómetro. Así que le dije que podríamos perfectamente correr juntos.

El día de la carrera amaneció soleado y perfecto para correr. Ya desde hace unos años la carrera es a las 9:30 por lo que aunque hace calor, la mayoría de los participantes han terminado antes de que se meta el calorazo del medio día. Me encontré con mi compañero de curro Diego que, como siempre, vino a animar y junto a Rubén tomamos la salida. Una salida que se retrasó algunos minutos por motivos de seguridad.

El primer kilómetro se nos fue un poco de tiempo y lo recuperamos en los dos siguientes, a partir del km 3 ya llevábamos ritmo de crucero clavando los 5’/km. El aquiles de la pierna derecha se hacía notar, pero pensé que según pasaran los kilómetros se iría calentando y desaparecerían las molestias.

No fue así.

Sin embargo, los kilómetros continuaban sucediéndose al ritmo previsto sin mucho esfuerzo. Pasamos por el km 10 en 50 minutos y al salir del estadio ya noto que la molestia del pie derecho va en aumento y que voy pisando mal para evitar sobrecargar el tendón. Los km 11 y 12 ya los hago en algo más de 5 minutos. Me sabe mal porque Rubén confía en mí para mantener el ritmo y yo ya sé que no, que tengo que aflojar, así que le digo que se enganche a una chica con la que hemos coincidido y que nos ha dicho que tiene intención de terminar en 1h45m. Se van juntos y yo levanto el pie del acelerador. Poco a poco me pongo a 5:30 donde troto a duras penas. Poco después del km 16 me encuentro con Diego, que me anima, y le digo que voy reventado. Cuando llego al 17, me cruzo en un tramo con los corredores que van por delante y veo que la chica con la que se fue Rubén ya va sola. Empiezo a mirar a lo lejos para localizarle y le veo girando por la Plaza de la Constitución, le alcanzo y me dice que ha petado. Que no puede más. Que tampoco le quedan geles para recuperar energía. Le digo que se enganche a mí, que voy lento, pero que llegamos. Insiste en que no, que va muy mal. Yo, por mi parte, a esas alturas de la carrera ya sé que no voy a bajar de 1:45, que era el objetivo, y que me da igual llegar en 1:48 que en 1:55, por lo que me quedo con él para que, por lo menos, no abandone.

Y ese fue mi final de carrera, ir desde el kilómetro 18 pegando voces a Rubén para que no tirara la toalla y empezase a caminar o abandonara la carrera. Bajamos radicalmente el ritmo, casi hasta acariciar los 7’/km en los dos últimos kilómetros. Pero no abandonó y así llegamos hasta el estadio, él con su pájara y yo con mi aquiles, donde pisé por fin la línea de meta con un tiempo oficial de 1:53:46. Siete segundos después lo hacía Rubén.

Para ser su primera media maratón yo sinceramente creo que lo ha hecho muy bien. Ha bajado de 1:55 y supongo que habrá aprendido un montón acerca de cómo se comporta su cuerpo cuando llega la fatiga y en qué estado de forma hay que afrontar carreras de larga distancia como un medio maratón que, sin llegar a ser tan sufridas como un maratón, sí que se necesita una pequeña estrategia y la fuerza mental suficiente para llevarla a cabo.

Muy contento por haber podido ayudarle, nos juntamos con Diego en la meta, dejamos a Rubén ir a reunirse con su familia y Dieguito y yo nos tomamos una cerveza fresquita de la barra que había montado la organización: pensando en nuestros próximos proyectos y contándonos un poco nuestras vidas ahora que ya no trabajamos en el mismo centro.

Y aquí tenía que terminar la crónica, pero el esfuerzo ha pasado factura y el aquiles se la ha cobrado. Al día siguiente me levanté cojo y así, con una tendinitis terrible he estado toda la semana. En el momento en el que estoy escribiendo esto han pasado ya cinco días y todavía me molesta el tendón al andar. Este fin de semana no correré, y veremos qué pasa el fin de semana que viene porque el 21 de mayo estoy apuntado a la carrera Liberty.

I Trail del Fuego de Tábara (2023)

Cartel del Trail del Fuego de Tábara
Cartel de la prueba

El verano pasado Tábara abrió los informativos. Un pavoroso incendio que asoló la Sierra de la Culebra y que se llevó por delante la vida de cuatro personas, incontables animales y calcinó más de 65 000 hectáreas (el término municipal de Madrid, por comparar, abarca 60 000 hectáreas). De aquella tragedia nació esta primera edición del Trail del Fuego como empeño de la Asociación Cultural Peñas Tabaresas para recordar y visibilizar aquellos hechos, lo que no está de más en otro año que se vuelve a presentar tan cálido y seco como 2022. Ojalá este año no se descuide la labor de las brigadas forestales, porque el pasado no se puede borrar, pero sí podemos poner los medios para evitar que se repita en el futuro.

Dicho esto, el mismo día de la carrera llegué a Tábara y aparqué no muy lejos de la zona de salida, retiré mi dorsal y me fui a ver la iglesia de Santa María, un bien de interés cultural (BIC) que ocupa el espacio que ocupara el antiguo monasterio de San Salvador, del que hoy queda la torre románica que a su vez sustituyó a aquella torre-scriptorium mozárabe que aparece en el famoso Beato de Tábara. Una maravilla igualmente, digna de visitar.

A la vuelta de mi escarceo turístico-cultural me acerqué a ver la salida de los apenas 50 participantes del trail largo de 24 kilómetros que partían media hora antes del de 13K, en el que participaría yo. La verdad es que me alegré mucho de no haberme apuntado a esta distancia porque me encontraba fatigado a causa de no haber descansado bien los días anteriores, por unas cosas u otras. Verles salir también me sirvió para descartar llevar dos capas de ropa pues a las 10 ya presagiaba que iba a hacer un día espectacular de sol.

A las 10:30, con puntualidad británica, salimos los 150 participantes del 13K e imagino que cinco minutos después, como estaba programado, lo harían los senderistas que sería posiblemente la categoría, aunque no competitiva, con más participantes.

Los primeros tres kilómetros fueron de subidita suave, por una pista forestal en bastante buen estado y ancha, para correr sin apreturas. A la salida del pueblo estaban las jaras en flor que salpicaban de blanco el campo, pero al poco ya empezaban a verse fincas con los restos quemados de matorrales y un poco más adelante flanqueamos el primer pinar calcinado.

A la altura del km 3 pasamos por el primer avituallamiento y aunque la organización anunciaba que se necesitaba vaso o similar, repartían agua en botellas de plástico, y eso sucedió en los tres avituallamientos que yo vi. Evidentemente, a pesar de los ruegos que el speaker de la zona de salida-meta hizo para que no dejáramos nada tirado por el campo, a escasos metros del avituallamiento ya se acumulaban botellas tiradas en el suelo. Sinceramente no entiendo qué problema tenemos en no respetar nuestro espacio natural. Y menos en gente deportista, acostumbrada a disfrutar de la naturaleza y partidaria de conservar lo que tenemos. No lo entiendo. No lo entenderé jamás. Mal por los incívicos y en este punto la organización debería mejorar.

La subida a Peña Miguel fue lo más complicado de la carrera, no tanto por el desnivel como por la cantidad de piedras sueltas del terreno. Piedras del tamaño del balasto que había que evitar pisar para no torcerse el tobillo. Y si fue complicada la subida, para mí también lo fue la bajada. Algunos me pasaban como flechas, pero como mi propósito era no romperme la crisma tampoco me importó.

Pasada la Peña Miguel, volvimos a la pista forestal, con sus subibajas, pero muy corrible. Pasamos por una zona muy quemada, con terreno muy polvoriento, no sé si por el incendio o porque el sendero ya era así de arena muy fina. Como tenía que dejar un poco de espacio con el corredor de delante para no tragarme la nube de polvo aproveché para parar, hacer un par de fotografías con el móvil y después seguir, ya distanciado del corredor anterior.

En el kilómetro 7 nos desviaron hacia una pradera, vadeamos el cauce seco del que llaman Arroyo del Casal, que seguramente habría llevado agua en un año más lluvioso, y al llegar a una pequeña explotación ganadera nos hicieron subir una colina y bordear después la pequeña ermita de San Mamés. Vuelta a bajar, vadear el arroyo seco del Carballico y de allí nos encaminamos de nuevo a pisar las estribaciones de la Peña Miguel, esta vez por el sur, con su sembrado de piedras.

Superado de nuevo este contratiempo, desde el km 9,5 a meta todo es bajada por la misma pista forestal ancha que habíamos transitado en los primeros 3 kilómetros, aunque ahora en sentido contrario. Una maravilla de kilómetros finales que me salieron a ritmo de 4:38, y no era de los más rápidos.

Tiempo final 1:17:26 para 13K casi exactos, a un ritmo medio de 5:57 por kilómetro, el mejor ritmo de todas las carreras de trail que he corrido, por lo que se deduce que era suavecito (326 metros de desnivel positivo, según mi reloj). Aun así, por la tarde me resentí bastante los tendones de Aquiles, no sé si habré pisado mal o me habré hecho daño en alguna las subidas y bajadas.

En meta, eso sí, nos esperaba un buen avituallamiento: hornazo, queso, jamón, salchichón, chorizo, chocolate, chuches, frutos secos, fruta y agua y bebidas refrescantes. Lo necesario para recuperar vitaminas y sales minerales.

La bolsa del corredor incluía unos vales para establecimientos de Tábara, la camiseta conmemorativa (de algodón), lentejas, harina, batido de chocolate, etc. Por 15 euros, muy bien.

Evaluar una nueva prueba es complicado. Hay cosas que me han gustado, como el propósito de organizar esta prueba y lo mucho que han trabajado por ello. La camiseta de algodón es un detalle original para ir este verano haciendo un poco de promoción a Tábara y la Sierra de la Culebra. La zona de salida/meta, avituallamiento final, instalaciones, servicios: un 10. Sin embargo, creo que tienen que mejorar en el tema de las botellas de plástico en los avituallamientos, como ya dije, y sobre todo el trazado necesita quizá un poco más de dureza. El desnivel es parecido al Desafío del Barro que corrí el año pasado, pero aquella carrera no tenía ni 11 kilómetros de longitud. A alguno de los rápidos incluso le visto decir que porque «Trail» venía en el nombre, pero que si le hubieran puesto «Cross», tampoco desentonaba.

Media Maratón Cervantina (2023)

El año pasado participé en esta media y, como dije, acabé muy satisfecho y contento con la organización de la carrera, poe lo que me apetecía repetir en esta edición. Todo ello teniendo en cuenta, además, que no participé en mi otra media «favorita», la de Zamora, que este año volvía a celebrarse en marzo y que continúa en una línea descendente que parece no tener fin y en la que ya nadie esconde que la participación no es la que se espera y que la organización deja mucho que desear. La crónica de este año de La Opinión de Zamora, por ejemplo, no deja lugar a dudas.

Pero yo he venido aquí a hablar de la Media Maratón Cervantina, aunque poco puedo añadir a lo que dije el año pasado. Sigue habiendo poca participación y no se agotan los 1000 dorsales puestos a la venta. De hecho, los finishers de este año hemos sido 569, por los 651 del año pasado. Casi 100 menos y eso que el precio esta edición se había bajado a 17 euros. En la salida me puse al final y tardé únicamente 30 segundos en pisar la alfombrilla de salida. Imagino que la poca participación hizo innecesarios los tres cajones que estaban previstos por el reglamento en la salida. O al menos yo no los vi.

El circuito estaba bien medido globlamente, con los puntos kilométricos visibles en forma de cartel. El recorrido de este año se modificó un poco a su paso por el casco histórico, debido a las obras por la adecuación de algunas calles a la nuevas ZBE (Zonas de Bajas Emisiones), pero sin perjudicar el conjunto, que sigue siendo muy llano, muy rápido y perfectamente cerrado al tráfico.

En cuanto a mi carrera, recorté tres minutos a la marca del año pasado, pero las sensaciones fueron peores. El año pasado fui de menos a más, disfrutando. Este año mi intención era mantener un ritmo de 5 min/km durante toda la carrera y si me quedaban fuerzas al final tirar. Evidentemente, tan sólo conseguí a duras penas mantener el ritmo, notando cierta fatiga en los últimos kilómetros. Al final voy a tener que empezar a tomar geles en las medias…

Por último, como el año pasado, tuvimos un día perfecto para correr y, en mi caso, acabar mi media maratón número treinta en un tiempo neto de 1:45:09.

Adenda. Por mi mala cabeza se me olvidó cargar el Watch y al iniciar la prueba comprobé que tenía 28% de batería. Activé el modo de ahorro de batería y aguantó sin problemas la hora cuarenta y cinco. Los registros perfectos tanto de gps como de frecuencia cardíaca. Eso sí, mantuve la pantalla apagada siempre, excepto en los parciales kilométricos que me aventuraba a echar un vistazo.

V Villa de Torrejón 10K (2023)

Cartel 10K V Villa de Torrejón

De vez en cuando me gusta volver a carreras en las que hace tiempo participé. Este año le ha tocado a estos 10K de Torrejón de Ardoz que corrí en 2019, que han perdido el pomposo «Running Music» del título y lo celebro.

Aquel año dicen que participamos 1600 corredores. Este año, reglamentariamente había un límite de 1800, aunque finalmente las inscripciones parece que no llegaron a 1400, de los que llegados a meta fuimos unos 1150. Parece que tras el COVID-19, las cifras de participantes no acaban de recuperarse del todo, y lo celebro, a ver si así los organizadores empiezan a olvidarse de esos malditos tramos de subida de precio en función de la cercanía de la fecha de celebración de la prueba. Y no lo digo particularmente por Torrejón, que sí tenía un tramo, pero pasaba de 8 a 10 euros. Es decir, que incluso en el tramo alto, Torrejón sigue siendo uno de los 10K más asequibles en precio de Madrid.

Del circuito y la organización no voy a decir nada nuevo a lo que ya dije en 2019. La carrera sigue bien organizada, con el mismo circuito que, si bien no es bonito, es relativamente llano y está bien medido, con los puntos kilométricos visibles y en su sitio. Tengo que decir que este año no sufrí la desorganización del avituallamiento del kilómetro 5 que comenté hace cuatro años y pude conseguir mi botellita de agua sin agobios ni aprietos. Punto para Torrejón. La recogida de dorsales, como hace cuatro años, tiene que ser antes del día de la prueba, aunque es verdad que este año estaba permitido recogerlos el mismo día a los inscritos no residentes en las provincias de Madrid y Guadalajara. Vaya. Aunque lo entiendo y cada vez más organizadores de carreras recurren a esa vía, sobre todo si los voluntarios son pocos y el día de la carrera hay muchas tareas que atender.

La bolsa del corredor no tenía más que el dorsal, la camiseta y la bolsa de tela reutilizable. Si bien es verdad que en meta nos dieron agua, plátano, un tubular para el cuello, un boli, una muestra de crema y un ¡Aquarius! (que al precio que tienen en el súper empiezo a pensar que son un auténtico artículo de lujo).

Como hace cuatro años, corrí con mi compañero Diego, aunque esta vez nos separamos al principio pues él no venía en un gran momento de forma. Yo acababa también de salir de un gripazo, pero me sentí animado desde el principio y al final acabé en 49:09 (47:52 en tiempo neto), un minuto mejor que en 2019 y más o menos la misma marca que he venido haciendo en los últimos 10K.

Por último, al perder el apellido «Running Music», se ha perdido también el concierto fin de fiesta de línea de meta. Pero así como no lo valoré hace cuatro años porque no me interesaba, tampoco lo he echado de menos este año.

En conclusión, una muy buena carrera, a buen precio, que ha mejorado sensiblemente aquel error del avituallamiento, aunque haya perdido la animación de los conciertos en meta. Quizá el circuito se pueda mejorar algo. A lo mejor se podría cruzar el Parque Europa en vez de subir la calle Hierro y hacerlo un poco más agradable.

Próximo objetivo: media maratón de Alcalá.

San Silvestre Alcalaína 2022

Llevo viviendo en Alcalá de Henares hará como diez años y, por una cosa o por otra, nunca había corrido su San Silvestre. Tampoco es que yo sea fan de las San Silvestres porque tan solo he corrido cuatro en Madrid y una en Zamora, cuando se corría dando vueltas al Eroski (en la que tengo el dudoso honor de haber quedado el último). Pero este año también me apetecía una carrera navideña. Podía haberme ido a la Jarama María de Villota en Nochebuena como el año pasado, pero me decidí por Alcalá más que nada porque tanto la carrera en sí, como la recogida del dorsal, me quedan al lado de casa y eso facilita mucho las cosas, sinceramente. Que sí, que en el caso de la Jarama-María de Villota el correr por el circuito del Jarama mola, pero recoger el dorsal en Mirasierra-Paco de Lucía no mola tanto, ni siquiera si vives en Madrid. Y es que en Alcalá, a pesar de ser una ciudad grande, las distancias son otras.

Volviendo a la San Silvestre Alcalaína hay que decir que no es una carrera barata precisamente: 16 euros en el primer tramo, al que no llegué a tiempo, por lo que tuve que pagar 19 euros a cambio de una camiseta, un cepillo de dientes y una carrera que dicen que es de 10 kilómetros pero que a todos nos midió unos 200 metros más. La vallecana, con todo su marketing cuesta 25 euros, por comparar.

El último día de 2022 amaneció soleado y perfecto para correr. Perfecto también que no hubiera que madrugar porque la salida era a las 11:30 (punto para la SanSil Alcalaína). Y lo mejor de correr en casa, la guinda del pastel, es coincidir con caras conocidas: Dieguito, del trabajo; Pedro, Rubén y Majano, del Olimpia; y algún otro más que estaba, pero que no vi.

Mucha aglomeración de gente en la salida. Según el listado que ha facilitado la organización éramos más de 1550 corredores (1700 inscritos, no se alcanzó el límite de 2000). Vale, que 1500 no son muchos… si sales de la Castellana en Madrid. Pero en una salida en Alcalá, embocada hacia la calle Mayor que no es precisamente la Gran Víal, créanme, 1500 personas provocan un embotellamiento importante. Yo tardé en atravesar el arco de salida más de minuto y medio desde el disparo. Y durante el primer kilómetro mantener el ritmo que quería me fue imposible. Pero es Alcalá, y es la San Silvestre y qué necesidad hay de ver lo negativo en todo.

El circuito es llano como la palma de la mano y se presta a correr rápido, tan sólo teniendo cuidado con los tramos de empedrado del centro histórico. Hubo un avituallamiento de agua en el kilómetro 5 y recuerdo también ver muchos coches parados porque por calles anchas solíamos correr por uno de los sentidos de circulación y teníamos a los coches atascados en el otro sentido. Pero los conductores respetuosos en general, alguno con cara de circunstancia y alguno/a un poco más alterado, pero bien. Con respecto a los puntos kilométricos estaban bien señalizados (aunque alguno no lo llegué a ver) y lo único el kilómetro final que estaba muy, muy alargado.

En meta agua, isotónico, un bollito y pa’casa. Agua en meta es bien (apúntate eso, Canillejas).

Mi carrera fue prácticamente idéntica a la del Trofeo José Cano, 47:46 de tiempo neto, unos 30 segundos peor (porque era más larga), pero algo mejor de ritmo real según mi reloj (4:39 frente a 4:42). Y la sensación final de no acabar tan machacado debido a la ausencia de cuestas. Tan bien acabé que al día siguiente me fui a hacer 17 kilómetros al Monte de los Cerros.

Para empezar bien el año.

XLII Trofeo José Cano – Canillejas (2022)

Después de cinco años (pandemia de por medio) he vuelto a correr en casa, en la carrera de mi barrio, la que más veces me ha visto en su línea de salida (11 participaciones desde 2001, si no llevo mal la cuenta). Tiempo suficiente para comprobar si algo ha cambiado o todo continúa tal y como lo dejé en 2017.

A grandes rasgos, todo sigue igual. El circuito es el mismo, el precio es el mismo (13 euros, aunque los gastos de gestión han bajado a 0,60 euros), los kilómetros siguen igual de bien marcados, la bolsa del corredor es prácticamente idéntica y la falta de agua en meta también. La camiseta me ha gustado más, eso sí. De hecho, mucha gente compite con ella puesta.

La participación compruebo que sigue bajando. En mi última participación entramos en meta 2384 corredores y en esta edición el número de finishers según sportmaniacs.com es de tan solo 1452 atletas. Eso son 900 personas menos en cinco años. Imagino que algo tendrá que ver el pinchazo de la burbuja del running que tanto se comenta. El caso es que en la salida se notaba la menor participación: había hueco suficiente para todos y se podía llevar un buen ritmo desde el inicio, sin las apreturas de hace años. Me alegro por mí, que no me gusta sentirme atrapado en una marea humana, pero no tanto por los organizadores.

Quizá este descenso continuo de participación sea la causa de que este año también se haya celebrado un 5K, aunque apenas ha atraído a 250 corredores. De todas maneras, queda claro que no es por un afán de conseguir una foto de la salida con más gente a toda costa que el organizador vaya buscando, porque si no no se entendaría que esos 250 participantes salieran 40 minutos antes del 10K y desde el kilómetro 5, no desde la salida.

Por mi parte espero y deseo que la carrera popular de Canillejas nos dure muchos años a los sanblaseños (aunque diga La Razón que somos sanblasinos) y canillejeros porque es una carrera de larga tradición, muy bonita, con la dificultad que entraña su paso por el parque de Arcentales, que hay que saber gestionar y que es parte de su encanto, y con tres kilómetros finales que son una auténtica locura (fantasía, dicen ahora… en plan), picando siempre para abajo, en los que se puede meter una, dos y hasta tres marchas más.

El día nos acompañó con un sol radiante y mi carrera fue prácticamente idéntica a la de 2017 (47:25 de tiempo oficial frente a 47:30 de hace cinco años). Podía haberme esforzado más, pero los gemelos me avisaron en los últimos kilómetros para que no hiciera tonterías y hay que oír al cuerpo. Aun así, estar corriendo durante 10.000 metros por debajo de 4:45, con más de 73 kilos y midiendo lo mismo que Leo Messi (pero con 18 años más que él), me ha sabido a gloria.

Muy dabuti, recomendable. Repetiré.

IV Trail La Raya de Alcañices (2022)

Cartel de la prueba
Cartel de la carrera

Tercer trail en lo que va de año. Va a ser verdad lo que dicen, que los corredores mayores nos pasamos al trail. Cuando la lucha por bajar marcas no es tan importante, o carece ya de sentido, así dejamos el asfalto a los jóvenes y buscamos nuevos retos. Y el trail está ahí para nosotros, los viejos asfalteros. También para el que es joven y quiere competir y ganar, por supuesto, pero no es mi caso.

Mis dos primeros trails de este año fueron lo que llaman “cortos”: uno de casi 11 kms y el otro de casi 13 kms. Y me sirvieron para darme cuenta de que me gustaba eso de correr por el campo con un dorsal en el pecho, pero echaba de menos una “puntita” de sufrimiento, así somos los viejos maratonianos. Pensé que con distancias mayores el reto sería acabarlas. Y este verano en La Palma, disfrutando de sus senderos y conociendo que son el escenario de la Transvulcania, sentí mucha envidia.

 Así es como aparece el IV Trail La Raya de Alcañices (Zamora), una carrera de más de 26 kms y 900 metros de desnivel positivo acumulado. 26K es una distancia considerable ya en asfalto, así que sumándole además el desnivel, tenía pinta de que para terminarla, iba a necesitar algo más que ganas de correr.

Aprovechando que Zamora es mi segunda ciudad, me inscribí en cuanto abrieron el plazo para hacerlo. Hice bien porque se agotaron todas las plazas en dos semanas (150 en ruta larga y 250 en la corta). También había una prueba no competitiva de senderistas con unos 50 participantes.

Mi preparación específica para el trail han sido tres subidas a los cerros que rodean Alcalá de Henares: una de 16K en septiembre, y dos en octubre: una de 15K y otra de 16K; y entre las tres no sumaban los 900 metros de desnivel acumulado que tendría el Trail La Raya. Pero a toro pasado creo que sirvieron.

El viernes subimos a Zamora y recogimos el dorsal en la ciudad (punto para la organización). El sábado amanece feo y llueve de forma intermitente. Cuentan que en Alcañices aún llovió más intensamente. Frío no hace y las previsiones no dan lluvia para el día de la carrera. En cualquier caso, no dudo de que voy a correr, no he hecho 300 kilómetros para quedarme en casa por un poco de agua. En redes sociales, la organización cuelga el track actualizado de la carrera, lo descargo y lo mando al Watch. La suerte está echada.

El domingo nos desplazamos a Alcañices, en la comarca de Aliste, de la que es originario mi padre. Tienen abierta la estación de autobuses para que aparquemos, lo sé porque nos han mandado un correo de Smartchip con toda la información útil de última hora, incluso que cambian la hora (otro punto para la organización). Cerca de allí está el pabellón municipal en el que nos podremos duchar después de la prueba, se entregarán los trofeos y se invitará a comer un potaje de garbanzos (de Fuentesaúco) a todos los participantes.

La mañana es gris, con algo de niebla, pero no hace frío. Yo voy a correr en manga corta, aunque debajo me pondré una térmica finita, también de manga corta, por lo que pudiera pasar y porque me embute los michelines y así no me molestan demasiado al correr.

Mi mujer, su tía y yo caminamos hacia la plaza de Alcañices, ellas participarán en la prueba de senderistas. Todo está preparado, la alfombrilla y los arcos de meta en su sitio. La megafonía nos indica dónde se dará la salida. Control de firmas. Me entra un poco de miedo, a lo mejor he ido de sobrado apuntándome al trail largo, con lo fácil que hubiera sido hacer el corto. Da igual, no puedo hacer nada ya más que esperar la salida. La nuestra se da a las 9:30, a las 9:45 salen los del corto y a las 10 los senderistas. Me gusta que sea así. Cada distancia tiene su protagonismo.

Salimos con los acordes de un mix de “Whiskey in the Jar”, versionado por Metallica. A los 300 metros, primera subida en fila india y tapón. Yo voy de los últimos, así que ya sé lo que me espera: tratar de que los del corto no me pillen antes de que nuestros recorridos se separen. Esto no es más que una intención, porque luego el terreno es como es y lo de correr se antoja complicado. Aparte de que voy con la mosca detrás de la oreja por lo que he visto y leído sobre el paso del cortafuegos, que no sé dónde está y no quiero llegar a él sin fuerzas.

Llego a la primera subida dura con el objetivo cumplido: no me pillaron. Pero, madre mía. Hay que subir a lo alto de un monte que separa España y Portugal pero por la vía rápida: campo a través y en línea recta. 500 metros de cuesta en la que hay que intentar no echarse mucho para atrás so pena de acabar rodando ladera abajo y vuelta a empezar. Arriba esperaba el avituallamiento del K8,5: un poco de agua y a seguir.

El tramo que sigue por el lomo del monte es espectacular. El día está abriendo y se ven retazos de un cielo de color azul intenso junto a nubes echas jirones enganchadas a las copas de los árboles. Hago fotos, estoy feliz. Sigo corriendo. De un lateral aparecen muchos corredores. Son los de la carrera corta, que vuelven a compartir trazado con nosotros. Yo voy por el km 10 y ellos por el 7, tienen ya la mitad de la carrera hecha.

Un kilómetro más adelante llega la imagen de la carrera, el imponente cortafuegos, lleno de puntitos de colores (corredores), que se perfila sobre las copas de unos árboles de un color amarillo intenso. Y bajo esos árboles corre el río Angueira, que hay que vadear. Es decir, meterse en él hasta la rodilla, sortear un tronco de árbol caído en la corriente (o puesto allí adrede), y ayudarse de una cuerda para llegar al otro lado. Al menos el agua no estaba muy fría. Fue divertido.

El cortafuegos no tanto. 1km de subida muy dura y otro medio kilómetro más de regalo que aunque seguía picando para arriba era ya corrible. El altímetro del Watch se vuelve loco y me marca unos desniveles de escándalo.

Del cortafuegos al pinar, y es en ese momento en el que piensas: madre mía, si es que todavía me queda la mitad. El pinar está plantado en terrazas y como no vamos bajando por la pista, sino por senderos entre los pinos, tenemos que ir saltando de terraza en terraza: un salto, dos zancadas, un salto, dos zancadas… Llevo los cuádriceps pa’chopped.

Cuando llegamos abajo nos separan del trail corto y empezamos a zigzaguear por un sendero pegado al arroyo Violares. El cuerpo siempre se va inclinando hacia el lado del arroyo, todo el rato tratando de vencer la resistencia en un terreno completamente embarrado, empiezo a estar solo en el recorrido y me encuentro cansado. A pesar de lo bien que van las Wildhorse, no puedo evitar que en un descuido se me vaya el tobillo y me lo tuerza un poco. Me duele algo al trotar, pero puedo seguir. Poco a poco parece que la arboleda se abre y me mantengo al lado de unos cuantos corredores. El pinar de Bruñosinos por fin se acaba, y en el km 18, tras cruzar la carretera que une Alcañices con Vimioso (Portugal), llego al segundo avituallamiento.

Bebo dos vasos de agua, como un trozo de plátano, un cuadrado de nocilla y unas chuches mientras echo una ojeada al cortafuegos que me espera nada más salir. Otro kilómetro más de subida dura, con el sol ya pegando a la espalda después de más de dos horas de carrera. Cuando giramos a la derecha y empezamos a descender, no siento las piernas, simplemente voy tras la estela de un corredor que llevo delante, le sigo por inercia. El terreno es una pista forestal muy corrible y tras adelanta a este corredor, voy solo, los corredores de cabeza deben estar ya todos en meta. Un voluntario me saca de mi abstracción y me dice que salga de la pista forestal y que atraviese otro pinar, pequeño, pero campo a través hasta que salga a un camino. Obedezco como un zombie. Ya me da igual todo. Me deben quedar como 6 kilómetros, calculo.

El sendero sube y baja, atraviesa fincas, pequeños roquedales, a veces caminos, otras veces pedregales. Hay mucha vegetación, es todo muy bonito, pero muy cansado. Se intuye que ya vamos camino de Alcañices, rumbo a la meta, pero el responsable del trazado no nos lo ha querido poner nada fácil para que disfrutemos la última parte.

Llego a un arroyo. Todo está embarrado y pego un rodeo, pero por allí el agua está más embalsada. Al otro lado hay un 4×4 con un paisano dentro con la ventanilla bajada. Veo que unas piedras sobresalen del agua y voy hacia ellas. El fulano masculla algo que no entiendo. Me acerco a las piedras y trato de subirme a ellas, pero resbalan y si trato de cruzar el arroyo por ellas seguro que me romperé la crisma. Ya tengo al fulano más cerca y le miro. Sin dirigirme la mirada, y tan sólo moviendo el brazo que sale por la ventanilla, le oigo mascullar de nuevo: “vais millor po’l agua”. Maldita sea, pues no lo podría haber dicho antes… o lo mismo lo dijo y no le entendí. Pie al fondo del agua y en tres zancadas ya estaba corriendo por el otro lado. Menos mal que, como dije, el agua no estaba muy fría.

El trazado nos lleva por la ribera de un arroyo, se ve que está acondicionado como senda. Sigo solo. Pasamos de uno a otro lado por algunos pequeños puentes hasta que al final llegamos a donde otros voluntarios nos dicen que hay que volver a cruzar el río por el agua. Aquí no pierdo tiempo, total, las zapatillas no han tenido tiempo de secarse.

Al otro lado me encuentro un cartel que pone “Cuesta Cochinos”, parece que alguien ha bautizado la senda y no podía tener mejor nombre. Un camino pestoso, embarrado, en el que hay que tirar para arriba sacando fuerzas donde ya no hay.

Pasado ese tramo Alcañices se puede oler, sin embargo, todavía hay que sufrir subiendo por otra pared más de roca hasta alcanzar un nuevo sendero que transita por lo alto. Y entonces sí, dos voluntarios avisan de que queda un kilómetro. Llego a Alcañices, bajo a la calle de la Atalaya y desde allí a meta por la Av. De Castilla y León. Alfombrilla de meta, speaker que grita tu nombre, tu mujer te hace el vídeo y ¡finisher! Con medalla y bolsa del corredor.

Qué alegría. 3 horas 40 minutos de carrera para 27 kilómetros. ¡He terminado maratones en menos tiempo!

Me pego un poco al avituallamiento postmeta para reponer líquidos y después hago uso de las duchas del pabellón.

Nos quedamos a la entrega de trofeos y a la comida: potaje, pan, cerveza, agua, yogur. Un lujo.

Qué bien nos ha tratado Alcañices. Qué bonito es Aliste. Qué bien organizada la carrera por el Club La Raya Trail Alcañices.

De vuelta a Zamora paramos en Ricobayo a tomar café.

Decidimos que hay que volver. Total, hay margen de mejora.

Zangarun Cross Trail de Ricobayo (2022)

Cartel Zangarun 2022

Segunda prueba de trail del año. Parece que le he tomado cariño al trail cuando no me había preocupado lo más mínimo por esta modalidad desde el año en que empecé a correr, allá por 1999. En esta ocasión elegí el Zangarun de Ricobayo, también aprovechando un nuevo desplazamiento a Zamora. La prueba constaba de dos etapas: una de 14K el sábado por la tarde en Villaflor y la segunda de 13K el domingo por la mañana en Ricobayo. Como no iba a poder hacer las dos, elegí la del domingo, que era a las 11 y no hacía falta ni madrugar.

El sábado salí a trotar un poco y me dio un pinchazo en el gemelo de la pierna izquierda. Así que hice escasamente 5K y para casa. Estaba fastidiado, pero me hice un auto masaje con bálsamo del tigre y me bajé al Decathlon a comprarme una pantorrillera de compresión. La molestia seguía, pero al menos no había dolor, así que el sábado estaba en la línea de salida.

El ambiente del Zangarun, en comparación con el de Pereruela, era más… pro, como dicen ahora. Gente con más “pintas” de corredores, aunque muchos seguro que coincidimos en las dos. Como no se pudo recoger el dorsal en Zamora los días anteriores llegúe con tiempo porque ya sabía yo que me tocaría ir de un lado para otro a buscarlo. Efectivamente, la salida se daba en la zona de la playa del embalse, donde también estaba el aparcamiento, y la nave donde daban el dorsal, estaba subiendo hacia el pueblo, así que me sirvió de calentamiento. Sí, vale que serían 400 metros o así, pero en cuesta.

Control de material obligatorio en salida (pedían un recipiente para el agua, y aun así alguno que otro no traía nada) y a esperar el pistoletazo. Como la vez anterior, me había bajado el track al reloj porque me da pavor, en el peor de los casos, perderme por el campo. Aunque la carrera estaba, todo hay que decirlo, perfectamente señalizada por MounTime, marca del Club Deportivo Ultra Sanabria).

Sabía que el recorrido era muy rompepiernas, con un desnivel positivo de 393 m para los 13K (según mi reloj), por los 320 de Pereruela en 11 kilómetros. Pero en el caso de Ricobayo el perfil era más tipo «dientes de sierra» con subidas cortas, pero con bastante inclinación, en las que los no somos Killian Jornet teníamos que subirlas andando. Por el contrario, en Pereruela, los tramos de subida (salvo uno) eran bastante más largos y más corribles. Por todo ello, la sensación de cansancio fue mayor.

Como me dolía el gemelo salí al trantrán con mi pantorrillera puesta, a cola de pelotón, para no molestar. Ir súper lento no impidió que nos reagrupáramos todos en el tapón de la primera subida gorda, cuando no llevábamos ni un kilómetro. Pero a partir del kilómetro 1,5 se podía correr bastante bien, y aunque no dejaba de sentir dolorido el gemelo iba poco a poco adelantando unidades. Normalmente me pegaba a un grupo un rato y si veía que el ritmo era un poco lento para mis fuerzas, les rebasaba y salía en busca de algún otro grupo más adelante. Poco antes de llegar al primer avituallamiento, que pasé de largo como casi todos (esta vez no había ni jamón, ni hornazo, ni chorizo, ni nada de eso: líquidos y fruta), pasé a un corredor que iba con un niño de poco más de 11 o 12 años pero que corría mejor que muchos adultos. Me pareció bonito, a pesar del riesgo de caídas que hay en este tipo de pruebas.

En otro orden de cosas, la lluvia de la tarde anterior había bajado mucho la temperatura y eso nos benefició porque de haber hecho calor aquello podía haber sido una tortura. Sin embargo, el campo estaba hermoso, las jaras en flor nos acompañaron todo el recorrido y hubo momentos en el que el paisaje era apabullante: encinas, alcornoques, todo el repertorio del sotobosque mediterráneo. ¡Qué diferencia con lo que acostumbramos a ver los asfalteros!

Pasamos un roquedal en el kilómetro 7, el punto más alto de la carrera, con unas vistas espectaculares y ahí me uní a una grupeta muy maja que iba tirando fuerte, llegando a ver en el reloj ritmos de 4:20-4:30. Estaba cansado, tanto que notaba más el cansancio que el dolor en el gemelo, pero les seguí el ritmo hasta el km 9 en el que paré en el avituallamiento a beber agua y comer medio plátano. De ahí al final todavía quedaban un par de buenas cuestarracas y me lo tomé con filosofía. Al fin y al cabo, había tropezado ya cuatro veces (la última con crujidito del tobillo incluido), estábamos de vuelta al punto de partida y tenía la certeza de que iba a poder finalizar la carrera sin terminar cojo.

Eso sí, la organización nos reservó la sorpresa final de los últimos 300 metros en los que nos hizo correr por la ladera seca del pantano, sobre arena y piedras sueltas con una inclinación lateral de 30 o 40 grados y unos últimos 50 metros subiendo las escaleras que dan acceso a un pantalán. Unos cachondos, los organizadores.

Pero bueno, allí estaba la meta, se acababa todo sufrimiento, la familia me estaba esperando (y eso no ocurre siempre), el cortador de jamón también, y encima nos surtieron bien de agua, bebida isotónica, cerveza, frutos secos, fruta y hasta gominolas (que compartí con mi hijo haciendo algún que otro viaje clandestino a por algún puñadito más). La verdad es que había de sobra porque tampoco éramos miles de corredores.

En total corrimos unas 150 personas, y en mi categoría (individual etapa Ricobayo) acabé el 51 de 76 con un tiempo oficial 1:29:26, que para 13 kilómetros me da una media de 6:55 minutos el kilómetro. No está mal para un veterano B cojo.

Y como colofón a una preciosa carrera nos fuimos a reponer fuerzas en Miranda do Douro a degustar un delicioso bacalao al estilo portugués.

Como dice mi padre, un día bien “echao”.