Tercer trail en lo que va de año. Va a ser verdad lo que dicen, que los corredores mayores nos pasamos al trail. Cuando la lucha por bajar marcas no es tan importante, o carece ya de sentido, así dejamos el asfalto a los jóvenes y buscamos nuevos retos. Y el trail está ahí para nosotros, los viejos asfalteros. También para el que es joven y quiere competir y ganar, por supuesto, pero no es mi caso.
Mis dos primeros trails de este año fueron lo que llaman “cortos”: uno de casi 11 kms y el otro de casi 13 kms. Y me sirvieron para darme cuenta de que me gustaba eso de correr por el campo con un dorsal en el pecho, pero echaba de menos una “puntita” de sufrimiento, así somos los viejos maratonianos. Pensé que con distancias mayores el reto sería acabarlas. Y este verano en La Palma, disfrutando de sus senderos y conociendo que son el escenario de la Transvulcania, sentí mucha envidia.
Así es como aparece el IV Trail La Raya de Alcañices (Zamora), una carrera de más de 26 kms y 900 metros de desnivel positivo acumulado. 26K es una distancia considerable ya en asfalto, así que sumándole además el desnivel, tenía pinta de que para terminarla, iba a necesitar algo más que ganas de correr.
Aprovechando que Zamora es mi segunda ciudad, me inscribí en cuanto abrieron el plazo para hacerlo. Hice bien porque se agotaron todas las plazas en dos semanas (150 en ruta larga y 250 en la corta). También había una prueba no competitiva de senderistas con unos 50 participantes.
Mi preparación específica para el trail han sido tres subidas a los cerros que rodean Alcalá de Henares: una de 16K en septiembre, y dos en octubre: una de 15K y otra de 16K; y entre las tres no sumaban los 900 metros de desnivel acumulado que tendría el Trail La Raya. Pero a toro pasado creo que sirvieron.
El viernes subimos a Zamora y recogimos el dorsal en la ciudad (punto para la organización). El sábado amanece feo y llueve de forma intermitente. Cuentan que en Alcañices aún llovió más intensamente. Frío no hace y las previsiones no dan lluvia para el día de la carrera. En cualquier caso, no dudo de que voy a correr, no he hecho 300 kilómetros para quedarme en casa por un poco de agua. En redes sociales, la organización cuelga el track actualizado de la carrera, lo descargo y lo mando al Watch. La suerte está echada.
El domingo nos desplazamos a Alcañices, en la comarca de Aliste, de la que es originario mi padre. Tienen abierta la estación de autobuses para que aparquemos, lo sé porque nos han mandado un correo de Smartchip con toda la información útil de última hora, incluso que cambian la hora (otro punto para la organización). Cerca de allí está el pabellón municipal en el que nos podremos duchar después de la prueba, se entregarán los trofeos y se invitará a comer un potaje de garbanzos (de Fuentesaúco) a todos los participantes.
La mañana es gris, con algo de niebla, pero no hace frío. Yo voy a correr en manga corta, aunque debajo me pondré una térmica finita, también de manga corta, por lo que pudiera pasar y porque me embute los michelines y así no me molestan demasiado al correr.
Mi mujer, su tía y yo caminamos hacia la plaza de Alcañices, ellas participarán en la prueba de senderistas. Todo está preparado, la alfombrilla y los arcos de meta en su sitio. La megafonía nos indica dónde se dará la salida. Control de firmas. Me entra un poco de miedo, a lo mejor he ido de sobrado apuntándome al trail largo, con lo fácil que hubiera sido hacer el corto. Da igual, no puedo hacer nada ya más que esperar la salida. La nuestra se da a las 9:30, a las 9:45 salen los del corto y a las 10 los senderistas. Me gusta que sea así. Cada distancia tiene su protagonismo.
Salimos con los acordes de un mix de “Whiskey in the Jar”, versionado por Metallica. A los 300 metros, primera subida en fila india y tapón. Yo voy de los últimos, así que ya sé lo que me espera: tratar de que los del corto no me pillen antes de que nuestros recorridos se separen. Esto no es más que una intención, porque luego el terreno es como es y lo de correr se antoja complicado. Aparte de que voy con la mosca detrás de la oreja por lo que he visto y leído sobre el paso del cortafuegos, que no sé dónde está y no quiero llegar a él sin fuerzas.
Llego a la primera subida dura con el objetivo cumplido: no me pillaron. Pero, madre mía. Hay que subir a lo alto de un monte que separa España y Portugal pero por la vía rápida: campo a través y en línea recta. 500 metros de cuesta en la que hay que intentar no echarse mucho para atrás so pena de acabar rodando ladera abajo y vuelta a empezar. Arriba esperaba el avituallamiento del K8,5: un poco de agua y a seguir.
El tramo que sigue por el lomo del monte es espectacular. El día está abriendo y se ven retazos de un cielo de color azul intenso junto a nubes echas jirones enganchadas a las copas de los árboles. Hago fotos, estoy feliz. Sigo corriendo. De un lateral aparecen muchos corredores. Son los de la carrera corta, que vuelven a compartir trazado con nosotros. Yo voy por el km 10 y ellos por el 7, tienen ya la mitad de la carrera hecha.
Un kilómetro más adelante llega la imagen de la carrera, el imponente cortafuegos, lleno de puntitos de colores (corredores), que se perfila sobre las copas de unos árboles de un color amarillo intenso. Y bajo esos árboles corre el río Angueira, que hay que vadear. Es decir, meterse en él hasta la rodilla, sortear un tronco de árbol caído en la corriente (o puesto allí adrede), y ayudarse de una cuerda para llegar al otro lado. Al menos el agua no estaba muy fría. Fue divertido.
El cortafuegos no tanto. 1km de subida muy dura y otro medio kilómetro más de regalo que aunque seguía picando para arriba era ya corrible. El altímetro del Watch se vuelve loco y me marca unos desniveles de escándalo.
Del cortafuegos al pinar, y es en ese momento en el que piensas: madre mía, si es que todavía me queda la mitad. El pinar está plantado en terrazas y como no vamos bajando por la pista, sino por senderos entre los pinos, tenemos que ir saltando de terraza en terraza: un salto, dos zancadas, un salto, dos zancadas… Llevo los cuádriceps pa’chopped.
Cuando llegamos abajo nos separan del trail corto y empezamos a zigzaguear por un sendero pegado al arroyo Violares. El cuerpo siempre se va inclinando hacia el lado del arroyo, todo el rato tratando de vencer la resistencia en un terreno completamente embarrado, empiezo a estar solo en el recorrido y me encuentro cansado. A pesar de lo bien que van las Wildhorse, no puedo evitar que en un descuido se me vaya el tobillo y me lo tuerza un poco. Me duele algo al trotar, pero puedo seguir. Poco a poco parece que la arboleda se abre y me mantengo al lado de unos cuantos corredores. El pinar de Bruñosinos por fin se acaba, y en el km 18, tras cruzar la carretera que une Alcañices con Vimioso (Portugal), llego al segundo avituallamiento.
Bebo dos vasos de agua, como un trozo de plátano, un cuadrado de nocilla y unas chuches mientras echo una ojeada al cortafuegos que me espera nada más salir. Otro kilómetro más de subida dura, con el sol ya pegando a la espalda después de más de dos horas de carrera. Cuando giramos a la derecha y empezamos a descender, no siento las piernas, simplemente voy tras la estela de un corredor que llevo delante, le sigo por inercia. El terreno es una pista forestal muy corrible y tras adelanta a este corredor, voy solo, los corredores de cabeza deben estar ya todos en meta. Un voluntario me saca de mi abstracción y me dice que salga de la pista forestal y que atraviese otro pinar, pequeño, pero campo a través hasta que salga a un camino. Obedezco como un zombie. Ya me da igual todo. Me deben quedar como 6 kilómetros, calculo.
El sendero sube y baja, atraviesa fincas, pequeños roquedales, a veces caminos, otras veces pedregales. Hay mucha vegetación, es todo muy bonito, pero muy cansado. Se intuye que ya vamos camino de Alcañices, rumbo a la meta, pero el responsable del trazado no nos lo ha querido poner nada fácil para que disfrutemos la última parte.
Llego a un arroyo. Todo está embarrado y pego un rodeo, pero por allí el agua está más embalsada. Al otro lado hay un 4×4 con un paisano dentro con la ventanilla bajada. Veo que unas piedras sobresalen del agua y voy hacia ellas. El fulano masculla algo que no entiendo. Me acerco a las piedras y trato de subirme a ellas, pero resbalan y si trato de cruzar el arroyo por ellas seguro que me romperé la crisma. Ya tengo al fulano más cerca y le miro. Sin dirigirme la mirada, y tan sólo moviendo el brazo que sale por la ventanilla, le oigo mascullar de nuevo: “vais millor po’l agua”. Maldita sea, pues no lo podría haber dicho antes… o lo mismo lo dijo y no le entendí. Pie al fondo del agua y en tres zancadas ya estaba corriendo por el otro lado. Menos mal que, como dije, el agua no estaba muy fría.
El trazado nos lleva por la ribera de un arroyo, se ve que está acondicionado como senda. Sigo solo. Pasamos de uno a otro lado por algunos pequeños puentes hasta que al final llegamos a donde otros voluntarios nos dicen que hay que volver a cruzar el río por el agua. Aquí no pierdo tiempo, total, las zapatillas no han tenido tiempo de secarse.
Al otro lado me encuentro un cartel que pone “Cuesta Cochinos”, parece que alguien ha bautizado la senda y no podía tener mejor nombre. Un camino pestoso, embarrado, en el que hay que tirar para arriba sacando fuerzas donde ya no hay.
Pasado ese tramo Alcañices se puede oler, sin embargo, todavía hay que sufrir subiendo por otra pared más de roca hasta alcanzar un nuevo sendero que transita por lo alto. Y entonces sí, dos voluntarios avisan de que queda un kilómetro. Llego a Alcañices, bajo a la calle de la Atalaya y desde allí a meta por la Av. De Castilla y León. Alfombrilla de meta, speaker que grita tu nombre, tu mujer te hace el vídeo y ¡finisher! Con medalla y bolsa del corredor.
Qué alegría. 3 horas 40 minutos de carrera para 27 kilómetros. ¡He terminado maratones en menos tiempo!
Me pego un poco al avituallamiento postmeta para reponer líquidos y después hago uso de las duchas del pabellón.
Nos quedamos a la entrega de trofeos y a la comida: potaje, pan, cerveza, agua, yogur. Un lujo.
Qué bien nos ha tratado Alcañices. Qué bonito es Aliste. Qué bien organizada la carrera por el Club La Raya Trail Alcañices.
De vuelta a Zamora paramos en Ricobayo a tomar café.
Decidimos que hay que volver. Total, hay margen de mejora.