IV Trail La Raya de Alcañices (2022)

Cartel de la prueba
Cartel de la carrera

Tercer trail en lo que va de año. Va a ser verdad lo que dicen, que los corredores mayores nos pasamos al trail. Cuando la lucha por bajar marcas no es tan importante, o carece ya de sentido, así dejamos el asfalto a los jóvenes y buscamos nuevos retos. Y el trail está ahí para nosotros, los viejos asfalteros. También para el que es joven y quiere competir y ganar, por supuesto, pero no es mi caso.

Mis dos primeros trails de este año fueron lo que llaman “cortos”: uno de casi 11 kms y el otro de casi 13 kms. Y me sirvieron para darme cuenta de que me gustaba eso de correr por el campo con un dorsal en el pecho, pero echaba de menos una “puntita” de sufrimiento, así somos los viejos maratonianos. Pensé que con distancias mayores el reto sería acabarlas. Y este verano en La Palma, disfrutando de sus senderos y conociendo que son el escenario de la Transvulcania, sentí mucha envidia.

 Así es como aparece el IV Trail La Raya de Alcañices (Zamora), una carrera de más de 26 kms y 900 metros de desnivel positivo acumulado. 26K es una distancia considerable ya en asfalto, así que sumándole además el desnivel, tenía pinta de que para terminarla, iba a necesitar algo más que ganas de correr.

Aprovechando que Zamora es mi segunda ciudad, me inscribí en cuanto abrieron el plazo para hacerlo. Hice bien porque se agotaron todas las plazas en dos semanas (150 en ruta larga y 250 en la corta). También había una prueba no competitiva de senderistas con unos 50 participantes.

Mi preparación específica para el trail han sido tres subidas a los cerros que rodean Alcalá de Henares: una de 16K en septiembre, y dos en octubre: una de 15K y otra de 16K; y entre las tres no sumaban los 900 metros de desnivel acumulado que tendría el Trail La Raya. Pero a toro pasado creo que sirvieron.

El viernes subimos a Zamora y recogimos el dorsal en la ciudad (punto para la organización). El sábado amanece feo y llueve de forma intermitente. Cuentan que en Alcañices aún llovió más intensamente. Frío no hace y las previsiones no dan lluvia para el día de la carrera. En cualquier caso, no dudo de que voy a correr, no he hecho 300 kilómetros para quedarme en casa por un poco de agua. En redes sociales, la organización cuelga el track actualizado de la carrera, lo descargo y lo mando al Watch. La suerte está echada.

El domingo nos desplazamos a Alcañices, en la comarca de Aliste, de la que es originario mi padre. Tienen abierta la estación de autobuses para que aparquemos, lo sé porque nos han mandado un correo de Smartchip con toda la información útil de última hora, incluso que cambian la hora (otro punto para la organización). Cerca de allí está el pabellón municipal en el que nos podremos duchar después de la prueba, se entregarán los trofeos y se invitará a comer un potaje de garbanzos (de Fuentesaúco) a todos los participantes.

La mañana es gris, con algo de niebla, pero no hace frío. Yo voy a correr en manga corta, aunque debajo me pondré una térmica finita, también de manga corta, por lo que pudiera pasar y porque me embute los michelines y así no me molestan demasiado al correr.

Mi mujer, su tía y yo caminamos hacia la plaza de Alcañices, ellas participarán en la prueba de senderistas. Todo está preparado, la alfombrilla y los arcos de meta en su sitio. La megafonía nos indica dónde se dará la salida. Control de firmas. Me entra un poco de miedo, a lo mejor he ido de sobrado apuntándome al trail largo, con lo fácil que hubiera sido hacer el corto. Da igual, no puedo hacer nada ya más que esperar la salida. La nuestra se da a las 9:30, a las 9:45 salen los del corto y a las 10 los senderistas. Me gusta que sea así. Cada distancia tiene su protagonismo.

Salimos con los acordes de un mix de “Whiskey in the Jar”, versionado por Metallica. A los 300 metros, primera subida en fila india y tapón. Yo voy de los últimos, así que ya sé lo que me espera: tratar de que los del corto no me pillen antes de que nuestros recorridos se separen. Esto no es más que una intención, porque luego el terreno es como es y lo de correr se antoja complicado. Aparte de que voy con la mosca detrás de la oreja por lo que he visto y leído sobre el paso del cortafuegos, que no sé dónde está y no quiero llegar a él sin fuerzas.

Llego a la primera subida dura con el objetivo cumplido: no me pillaron. Pero, madre mía. Hay que subir a lo alto de un monte que separa España y Portugal pero por la vía rápida: campo a través y en línea recta. 500 metros de cuesta en la que hay que intentar no echarse mucho para atrás so pena de acabar rodando ladera abajo y vuelta a empezar. Arriba esperaba el avituallamiento del K8,5: un poco de agua y a seguir.

El tramo que sigue por el lomo del monte es espectacular. El día está abriendo y se ven retazos de un cielo de color azul intenso junto a nubes echas jirones enganchadas a las copas de los árboles. Hago fotos, estoy feliz. Sigo corriendo. De un lateral aparecen muchos corredores. Son los de la carrera corta, que vuelven a compartir trazado con nosotros. Yo voy por el km 10 y ellos por el 7, tienen ya la mitad de la carrera hecha.

Un kilómetro más adelante llega la imagen de la carrera, el imponente cortafuegos, lleno de puntitos de colores (corredores), que se perfila sobre las copas de unos árboles de un color amarillo intenso. Y bajo esos árboles corre el río Angueira, que hay que vadear. Es decir, meterse en él hasta la rodilla, sortear un tronco de árbol caído en la corriente (o puesto allí adrede), y ayudarse de una cuerda para llegar al otro lado. Al menos el agua no estaba muy fría. Fue divertido.

El cortafuegos no tanto. 1km de subida muy dura y otro medio kilómetro más de regalo que aunque seguía picando para arriba era ya corrible. El altímetro del Watch se vuelve loco y me marca unos desniveles de escándalo.

Del cortafuegos al pinar, y es en ese momento en el que piensas: madre mía, si es que todavía me queda la mitad. El pinar está plantado en terrazas y como no vamos bajando por la pista, sino por senderos entre los pinos, tenemos que ir saltando de terraza en terraza: un salto, dos zancadas, un salto, dos zancadas… Llevo los cuádriceps pa’chopped.

Cuando llegamos abajo nos separan del trail corto y empezamos a zigzaguear por un sendero pegado al arroyo Violares. El cuerpo siempre se va inclinando hacia el lado del arroyo, todo el rato tratando de vencer la resistencia en un terreno completamente embarrado, empiezo a estar solo en el recorrido y me encuentro cansado. A pesar de lo bien que van las Wildhorse, no puedo evitar que en un descuido se me vaya el tobillo y me lo tuerza un poco. Me duele algo al trotar, pero puedo seguir. Poco a poco parece que la arboleda se abre y me mantengo al lado de unos cuantos corredores. El pinar de Bruñosinos por fin se acaba, y en el km 18, tras cruzar la carretera que une Alcañices con Vimioso (Portugal), llego al segundo avituallamiento.

Bebo dos vasos de agua, como un trozo de plátano, un cuadrado de nocilla y unas chuches mientras echo una ojeada al cortafuegos que me espera nada más salir. Otro kilómetro más de subida dura, con el sol ya pegando a la espalda después de más de dos horas de carrera. Cuando giramos a la derecha y empezamos a descender, no siento las piernas, simplemente voy tras la estela de un corredor que llevo delante, le sigo por inercia. El terreno es una pista forestal muy corrible y tras adelanta a este corredor, voy solo, los corredores de cabeza deben estar ya todos en meta. Un voluntario me saca de mi abstracción y me dice que salga de la pista forestal y que atraviese otro pinar, pequeño, pero campo a través hasta que salga a un camino. Obedezco como un zombie. Ya me da igual todo. Me deben quedar como 6 kilómetros, calculo.

El sendero sube y baja, atraviesa fincas, pequeños roquedales, a veces caminos, otras veces pedregales. Hay mucha vegetación, es todo muy bonito, pero muy cansado. Se intuye que ya vamos camino de Alcañices, rumbo a la meta, pero el responsable del trazado no nos lo ha querido poner nada fácil para que disfrutemos la última parte.

Llego a un arroyo. Todo está embarrado y pego un rodeo, pero por allí el agua está más embalsada. Al otro lado hay un 4×4 con un paisano dentro con la ventanilla bajada. Veo que unas piedras sobresalen del agua y voy hacia ellas. El fulano masculla algo que no entiendo. Me acerco a las piedras y trato de subirme a ellas, pero resbalan y si trato de cruzar el arroyo por ellas seguro que me romperé la crisma. Ya tengo al fulano más cerca y le miro. Sin dirigirme la mirada, y tan sólo moviendo el brazo que sale por la ventanilla, le oigo mascullar de nuevo: “vais millor po’l agua”. Maldita sea, pues no lo podría haber dicho antes… o lo mismo lo dijo y no le entendí. Pie al fondo del agua y en tres zancadas ya estaba corriendo por el otro lado. Menos mal que, como dije, el agua no estaba muy fría.

El trazado nos lleva por la ribera de un arroyo, se ve que está acondicionado como senda. Sigo solo. Pasamos de uno a otro lado por algunos pequeños puentes hasta que al final llegamos a donde otros voluntarios nos dicen que hay que volver a cruzar el río por el agua. Aquí no pierdo tiempo, total, las zapatillas no han tenido tiempo de secarse.

Al otro lado me encuentro un cartel que pone “Cuesta Cochinos”, parece que alguien ha bautizado la senda y no podía tener mejor nombre. Un camino pestoso, embarrado, en el que hay que tirar para arriba sacando fuerzas donde ya no hay.

Pasado ese tramo Alcañices se puede oler, sin embargo, todavía hay que sufrir subiendo por otra pared más de roca hasta alcanzar un nuevo sendero que transita por lo alto. Y entonces sí, dos voluntarios avisan de que queda un kilómetro. Llego a Alcañices, bajo a la calle de la Atalaya y desde allí a meta por la Av. De Castilla y León. Alfombrilla de meta, speaker que grita tu nombre, tu mujer te hace el vídeo y ¡finisher! Con medalla y bolsa del corredor.

Qué alegría. 3 horas 40 minutos de carrera para 27 kilómetros. ¡He terminado maratones en menos tiempo!

Me pego un poco al avituallamiento postmeta para reponer líquidos y después hago uso de las duchas del pabellón.

Nos quedamos a la entrega de trofeos y a la comida: potaje, pan, cerveza, agua, yogur. Un lujo.

Qué bien nos ha tratado Alcañices. Qué bonito es Aliste. Qué bien organizada la carrera por el Club La Raya Trail Alcañices.

De vuelta a Zamora paramos en Ricobayo a tomar café.

Decidimos que hay que volver. Total, hay margen de mejora.

Zangarun Cross Trail de Ricobayo (2022)

Cartel Zangarun 2022

Segunda prueba de trail del año. Parece que le he tomado cariño al trail cuando no me había preocupado lo más mínimo por esta modalidad desde el año en que empecé a correr, allá por 1999. En esta ocasión elegí el Zangarun de Ricobayo, también aprovechando un nuevo desplazamiento a Zamora. La prueba constaba de dos etapas: una de 14K el sábado por la tarde en Villaflor y la segunda de 13K el domingo por la mañana en Ricobayo. Como no iba a poder hacer las dos, elegí la del domingo, que era a las 11 y no hacía falta ni madrugar.

El sábado salí a trotar un poco y me dio un pinchazo en el gemelo de la pierna izquierda. Así que hice escasamente 5K y para casa. Estaba fastidiado, pero me hice un auto masaje con bálsamo del tigre y me bajé al Decathlon a comprarme una pantorrillera de compresión. La molestia seguía, pero al menos no había dolor, así que el sábado estaba en la línea de salida.

El ambiente del Zangarun, en comparación con el de Pereruela, era más… pro, como dicen ahora. Gente con más “pintas” de corredores, aunque muchos seguro que coincidimos en las dos. Como no se pudo recoger el dorsal en Zamora los días anteriores llegúe con tiempo porque ya sabía yo que me tocaría ir de un lado para otro a buscarlo. Efectivamente, la salida se daba en la zona de la playa del embalse, donde también estaba el aparcamiento, y la nave donde daban el dorsal, estaba subiendo hacia el pueblo, así que me sirvió de calentamiento. Sí, vale que serían 400 metros o así, pero en cuesta.

Control de material obligatorio en salida (pedían un recipiente para el agua, y aun así alguno que otro no traía nada) y a esperar el pistoletazo. Como la vez anterior, me había bajado el track al reloj porque me da pavor, en el peor de los casos, perderme por el campo. Aunque la carrera estaba, todo hay que decirlo, perfectamente señalizada por MounTime, marca del Club Deportivo Ultra Sanabria).

Sabía que el recorrido era muy rompepiernas, con un desnivel positivo de 393 m para los 13K (según mi reloj), por los 320 de Pereruela en 11 kilómetros. Pero en el caso de Ricobayo el perfil era más tipo «dientes de sierra» con subidas cortas, pero con bastante inclinación, en las que los no somos Killian Jornet teníamos que subirlas andando. Por el contrario, en Pereruela, los tramos de subida (salvo uno) eran bastante más largos y más corribles. Por todo ello, la sensación de cansancio fue mayor.

Como me dolía el gemelo salí al trantrán con mi pantorrillera puesta, a cola de pelotón, para no molestar. Ir súper lento no impidió que nos reagrupáramos todos en el tapón de la primera subida gorda, cuando no llevábamos ni un kilómetro. Pero a partir del kilómetro 1,5 se podía correr bastante bien, y aunque no dejaba de sentir dolorido el gemelo iba poco a poco adelantando unidades. Normalmente me pegaba a un grupo un rato y si veía que el ritmo era un poco lento para mis fuerzas, les rebasaba y salía en busca de algún otro grupo más adelante. Poco antes de llegar al primer avituallamiento, que pasé de largo como casi todos (esta vez no había ni jamón, ni hornazo, ni chorizo, ni nada de eso: líquidos y fruta), pasé a un corredor que iba con un niño de poco más de 11 o 12 años pero que corría mejor que muchos adultos. Me pareció bonito, a pesar del riesgo de caídas que hay en este tipo de pruebas.

En otro orden de cosas, la lluvia de la tarde anterior había bajado mucho la temperatura y eso nos benefició porque de haber hecho calor aquello podía haber sido una tortura. Sin embargo, el campo estaba hermoso, las jaras en flor nos acompañaron todo el recorrido y hubo momentos en el que el paisaje era apabullante: encinas, alcornoques, todo el repertorio del sotobosque mediterráneo. ¡Qué diferencia con lo que acostumbramos a ver los asfalteros!

Pasamos un roquedal en el kilómetro 7, el punto más alto de la carrera, con unas vistas espectaculares y ahí me uní a una grupeta muy maja que iba tirando fuerte, llegando a ver en el reloj ritmos de 4:20-4:30. Estaba cansado, tanto que notaba más el cansancio que el dolor en el gemelo, pero les seguí el ritmo hasta el km 9 en el que paré en el avituallamiento a beber agua y comer medio plátano. De ahí al final todavía quedaban un par de buenas cuestarracas y me lo tomé con filosofía. Al fin y al cabo, había tropezado ya cuatro veces (la última con crujidito del tobillo incluido), estábamos de vuelta al punto de partida y tenía la certeza de que iba a poder finalizar la carrera sin terminar cojo.

Eso sí, la organización nos reservó la sorpresa final de los últimos 300 metros en los que nos hizo correr por la ladera seca del pantano, sobre arena y piedras sueltas con una inclinación lateral de 30 o 40 grados y unos últimos 50 metros subiendo las escaleras que dan acceso a un pantalán. Unos cachondos, los organizadores.

Pero bueno, allí estaba la meta, se acababa todo sufrimiento, la familia me estaba esperando (y eso no ocurre siempre), el cortador de jamón también, y encima nos surtieron bien de agua, bebida isotónica, cerveza, frutos secos, fruta y hasta gominolas (que compartí con mi hijo haciendo algún que otro viaje clandestino a por algún puñadito más). La verdad es que había de sobra porque tampoco éramos miles de corredores.

En total corrimos unas 150 personas, y en mi categoría (individual etapa Ricobayo) acabé el 51 de 76 con un tiempo oficial 1:29:26, que para 13 kilómetros me da una media de 6:55 minutos el kilómetro. No está mal para un veterano B cojo.

Y como colofón a una preciosa carrera nos fuimos a reponer fuerzas en Miranda do Douro a degustar un delicioso bacalao al estilo portugués.

Como dice mi padre, un día bien “echao”.

I Trail Desafío del Barro (2022)

Cartel de la prueba

En mis dos últimas entradas he estado haciendo hincapié en la ilusión que me hacía correr un trail, así que visto el título de esta crónica a nadie sorprenderá que, por fin, lo haya corrido… e incluso alguno se alegrará porque así dejaré un poco de dar la vara.

Antes de ir al lío, lo que sí quiero comentar es que es una pena que hayamos dejado de escribir de carreras en nuestros blogs (cuando no directamente de escribir). Son (o eran) una fuente de información muy valiosa para la gente interesada en tal o cual prueba. A través de las vivencias de otros, podías hacerte una idea de cómo era esa competición y si te interesaba ir a correrla o no. Buscando crónicas recientes sobre trails pequeños para empezar, me ha costado mucho encontrar algo, aparte de blogs traileros enfocados a pruebas mucho más importantes que el pequeño trail que he corrido en Pereruela de Sayago y en el que he tenido la suerte de debutar.

A falta de información de otras pruebas, me decidí por el «Desafío del Barro» por varias razones: la primera, que iba a estar en Zamora durante la Semana Santa y Pereruela está muy cerquita; la segunda, que tenía una distancia corta ideal para un novato como yo; y la tercera, que me pareció tremendamente barato pagar 10 euros por un trail con comida, sorteos y camiseta incluidos, eso no se ve por las pruebas que anduve mirando en Madrid.

Una vez tomada la decisión, el proceso de inscripción fue fácil a través de la página web y la recogida de dorsales anticipada en el Decathlon de Zamora también me pareció tremendamente útil para no madrugar demasiado el día de la prueba. Un diez para la organización. La única pega que puedo ponerles es que no pusieran el recorrido en la web y tuviera que adivinar el último día, a través de comentarios, que estaba disponible en Wikiloc. Esto, señores, hay que ponerlo más fácil, para que los que quieran puedan descargarse esos datos a los relojes y seguir la ruta desde el gps.

Al hilo de esto, me encantó el comportamiento de la app WorkOutDoors para el Apple Watch: no tuve problema para subir el recorrido al Watch y el comportamiento en carrera, espectacular. No da preaviso de giro (o yo no lo sé poner), pero funcionó como la seda la navegación por mapa. Ciertamente no echo de menos el Polar, para nada. El Watch es súper preciso para mi gusto y el sensor de pulso óptico es de lo mejorcito que he probado. Vale, sí, hay que cargarlo todos los días, igual que el móvil. Te acostumbras.

Pasando a la prueba en sí, me presenté en Pereruela, el pueblo de los hornos, unos 15 minutos antes de la hora de salida, las 10. Un chico del pueblo, participante también, me vio un poco perdido entre las callejuelas y me acompañó hasta la plaza de donde salía la prueba (un 10 para la gente de Pereruela). Como me daba tiempo, me puse a curiosear un poco por los alrededores. Seríamos ciento y poco entre la gente del trail largo y del corto. Muchas Nike trail, muchas Asics trail, alguna Joma trail y también gente con zapatillas de asfalto (y hasta de no asfalto porque juraría que uno llevaba unas Nike Air Max). Pero vamos, si llegas a la salida de un trail y ves zapas de asfalto intuyes que la dificultad va a ser asumible (el reglamento indicaba unos 300 m de desnivel acumulado en 11 km).

La salida la dio el alcalde, como debe ser en cualquier pueblo que se precie, y enseguida enfilamos una senda a la salida del pueblo por la parte norte, hacia el río. Debo decir que correr en pelotón, en un terreno que no es asfalto, es complicado porque tienes poco tiempo para que tu cerebro reconozca la parte del terreno en la que vas a querer aterrizar tu pisada porque tu perspectiva no va más allá del talón de los que van delante. No vi a nadie caerse, pero toda precaución me pareció poca. Era una pena tener que mantener esa concentración porque el entorno era muy bonito y a pesar del fresco de la mañana, o precisamente por eso, el olor era intensísimo a hierbas aromáticas, como en un plato de pasta italiano: el orégano, el tomillo, aromas todos que transportaban a sitios buenos.

Dejé de olerlo pronto, no sé si por saturación de la pituitaria o porque empezamos a sufrir subiendo la primera tachuela del terreno en torno al km 2,5: la ascensión a un depósito de agua en la cumbre de una pequeña colina.

Me sorprendió la cantidad de gente que se puso a andar. Lo tomé como un aviso de lo que quedaba por venir, así que imité a mis compañeros y yo también hice lo mismo por lo que pudiera pasar. Sabía por el track que íbamos hacia el Duero, que por allí bajaríamos, y que esa bajada habría que volverla a subir. El arribe por Pereruela no es demasiado profundo, pero aun así, siendo yo nuevo en esto no quería correr riesgos.

Una vez dejamos atrás el depósito, el recorrido se puso muy corrible y aproveché para adelantar unas posiciones y hacerme un hueco, para correr holgado.

Y juro que lo habría conseguido de no haber existido el avituallamiento del kilómetro 5. Aquello fue una cosa de locos. Lo que menos me esperaba era encontrarme a las 10:30 de la mañana, en medio del campo, una mesa atendida por dos voluntarias con sandía, naranja, plátanos, agua, fanta, cocacola, hornazo, tortilla de patatas, jamón, queso, chorizo, salchichón…

Os juro que casi me da un síncope. Lo malo es que no tenía hambre, así que tomé un poco de agua, medio plátano y un trocito de hornazo para llevar mordisqueándolo en la bajada hacia el Duero y marché. Allí se quedó apalancado algún que otro compañero que animaba encima a los demás a abandonar la prueba y quedarse allí degustando el sabroso producto local. Me hubiera gustado quedarme, la verdad, pero habíamos venido a correr y con el trozo de hornazo medio atragantado continué con la carrera. Eso sí, como me habían pasado ya unos cuantos en la pausa, holgado, corría.

El terreno se puso feo de veras en la cuesta abajo, la senda apenas se veía, entre la maleza y el suelo removido por los que me habían precedido. Menos mal que no había llovido en varios días porque aquello podría haber sido un lodazal. Tuve un par de sustos por no saber dónde ibas a acabar pisando, pero las zapas (unas Nike Wildhorse 3) se portaron como jabatas a pesar de ser que tienen ya un tiempo (creo que las WH van ya por la versión 7, pero las mías tienen 500 km y cuerda para rato).

Y después de la bajada, la puñetera subida. Por suerte llevaba la gorra y los goterones de sudor caían por los lados. Allí se pusieron los fotógrafos de la prueba para, en vez de sacarnos guapos, sacarnos sufriendo como perretes… hasta con un dron nos grabaron.

Como podéis imaginar estaba disfrutando como un gorrino.

Llegados al kilometro 6 el trazado se normalizó. Un cartel indicaba el trail corto a la izquierda y el largo a la derecha, así que pensé que lo gordo había pasado y lo que me quedaba era la vuelta, que poco más o menos sería de dura como lo había sido la ida. A pesar de que el recorrido estaba muy bien señalizado, un grupo con el que coincidí se había despistado. Eran tres y aparecieron por una senda a mi derecha, me preguntaron cuanta distancia llevaba yo en el reloj y resultó que ellos llevaban un kilómetro de más. Una pena. Se veía que eran de un club porque todos vestían igual, iban muy finos, sobre todo la chica, que enseguida tiró para adelante sin esperar a sus compañeros y al final me enteré de que quedó tercera, a dos minutos de la ganadora. Vamos, que de no haberse perdido habría ganado de largo.

Los últimos kilómetros no tuvieron mucho misterio, se corrían por pistas forestales grandes, rectas, con poco desnivel y muy disfrutonas.

Al final me salieron por el reloj 10,70 kms, 300 m de desnivel y un tiempo de 1:09:58, cuatro segundos más que el tiempo oficial, y puesto 32 de 74 (28 de 45 en categoría masculina).

En meta nos dieron una botella de agua y una magdalena o un sobao, a elegir (aquí te ceban), y por obligaciones familiares me marché sin quedarme a la entrega de trofeos ni al almuerzo de dos y pingada (plato típico de la Semana Santa Zamorana) al que invitaban a todos los participantes. Una carrera de 10, una organización volcada con el corredor y que particularmente a mí me ha hecho sentir cuidado. Ha sido un placer correr en Sayago y debutar en trail. Solo me queda desearles que sean muchas ediciones más y decir que espero poder volver a correr en Pereruela… pero la próxima vez en el trail largo, que el corto me ha sabido a poco.

Media Maratón Cervantina (2022)

Cartel Media Maratón Cervantina 2022

Han pasado siete años desde que corrí esta prueba por última vez. He releído un poco la crónica que escribí en aquella ocasión y, a pesar de haberla acabado tres minutos más lento, lo que dejé escrito en aquel entonces lo puedo suscribir hoy: muy satisfecho a nivel personal y muy contento con la organización de la carrera.

Esta edición ha supuesto el retorno de la Media Maratón Cervantina tras la pandemia. Si no estoy equivocado ha sido la edición número diez, tras la anulación de la carrera en 2020 (por motivos obvios) y 2021 (por la situación sanitaria y ausencia de vacunas). El caso es que se ha notado mucho, tengo la sensación, en cuanto a participación puesto que de entrada yo, que me suelo colocar al final del grupo en la salida, no tardé en llegar al arco de salida tanto como en ediciones anteriores y tampoco noté el típico tapón de otros años cuando el circuito se estrecha en el kilómetro 1. Repasando las clasificaciones en casa compruebo que el número total de finishers ha sido de 651 por lo que no creo que ni siquiera se hayan cubierto las mil plazas que suelen ofertarse todos los años.

En lo personal, carrera disputada de menos a más, de esas que hacen que vuelvas a casa con una sonrisa; y un día magnífico para correr después de una noche en la que había estado diluviando y que parecía anticipar una media maratón pasada por agua.

Pinceladas:

  • Que la carrera popular de 5K se celebre después de la media me sigue pareciendo un acierto.
  • La medalla finisher de madera quizá no es necesaria, pero es un recuerdo.
  • La bolsa del corredor más que correcta.
  • El precio sigue contenido (18 euros) para lo que se ve por ahí.

Colofón:

  • 29ª participación en una media maratón… 25º mejor tiempo (1:48:50 – 1:48:03 neto).

Y estoy contento…

Último pensamiento:

  • Sigo buscando un trail para debutar.

2021

Cada año, peor. Ya sé que suena pesimista, pero es así. Si el año pasado, con confinamientos, hice 1033 kilómetros, este año sólo he corrido 941, según mis registros de Smashrun. Y eso que se suponía que durante un tiempo iba a estar entrenando para un maratón de Oporto que, en el fondo, no me terminé de creer. De hecho a principios de septiembre, fui a correr una media maratón como test con el peso más alto de todo el año. Por supuesto acabé lesionado y, para colmo acabaron poniéndome un examen el mismo día del maratón, así que descarté Oporto sin dudarlo.

De todo aquello que escribí en la entrada dedicada a 2020, se cumplió el pronóstico de aplazamiento de la Media Maratón de Zamora, que finalmente corrimos en septiembre. Fue un acierto, en el sentido no ya tanto de salud pública, que también, sino desde un punto de vista personal porque yo me manejo mejor con el calor, y la verdad que correr en Zamora a finales del invierno, es muchas veces un auténtico sufrimiento para alguien tan friolero como soy yo.

De Oporto creo que ya he hablado, y me queda comentar que estrené nueva carrera, la de Navidad Jarama María de Villota y que fue muy divertida y un bonito colofón de un año en el que acabé finalmente contagiado de COVID-19, con gripazo y confinado. Confinamiento que dura en el momento de escribir esta página.

En el lado positivo está que este año al menos competí dos veces, por cero en 2020. Aunque las marcas no sean para tirar cohetes: una media maratón rozando las dos horas y un 10K en casi 50 minutos.

Del año que viene no espero nada. No sé si tengo ya la cabeza para maratones: me roban mucho tiempo y necesitan un extra de motivación que yo ahora no tengo. Y carreras más cortas, en principio sí, pero las que surjan. Creo que ha llegado el momento de no planificar. De hacer como con la carrera del Jarama, decidir correrla con una o dos semanas de antelación.

De lo que sí estoy seguro es de que quiero seguir corriendo, quiero hacer deporte al aire libre y quiero sentirme bien.

¿Una prueba corta de trail? Sinceramente es lo que más ilusión me haría. Me voy a poner a trabajar en ello. 😉

VIII Jarama María de Villota

He corrido por muchos sitios en Madrid, desde MercaMadrid a la Casa de Campo pasando por Canillejas, la Castellana, el Juan Carlos I, el Parque Lineal del Manzanares o Moratalaz. Hay pocas carreras ya que me que me sirvan para descubrir sitios nuevos, quizá aquella que se hacía en el hipódromo de la Zarzuela y, ésta «Jarama María de Villota» que por fin he corrido este año y que tenía en mi punto de mira desde que se llamaba «San Silvestre del Jarama» y se corría el 31 de diciembre.

Nunca había estado antes en el Jarama. Sabía dónde estaba por haber pasado por delante mil veces al salir o entrar de Madrid por la A1. Pero ha sido una sorpresa descubrir que el único acceso al circuito (entrada y salida) se hace a través de una urbanización con su garita de vigilancia y todo. Imagino que en eventos mucho más multitudinarios aquello debe ser una locura que no debe ser buena ni para el circuito ni para los vecinos. Aunque tiene toda la pinta, por el aspecto de las casas, que el circuito llevaba allí bastante tiempo antes que la urbanización.

En cualquier caso, el Jarama es el mítico circuito de carreras de mi ciudad y yo quería correr ahí. Además me gustó el protocolo anti-Covid: mascarilla obligatoria, toma de temperatura antes de entrar a la pista y cinco tandas separadas de salida en función del color del dorsal. No habría tiempo desde el disparo, sólo tiempos netos contabilizados por la alfombrilla. Por el carácter benéfico de la carrera no me importó que no dieran camiseta conmemorativa (sí dieron medalla finisher), y el detalle de aportar un litro de leche o un euro al recoger el dorsal, para otra causa, es muy buena idea. Ojalá nunca nadie se aproveche de estas cosas porque es muy importante seguir creyendo en que una pequeña aportación de muchos puede hacer grandes cosas.

De lo que es la carrera no me voy a extender. Mi único objetivo era no subir de 50 minutos y al final hice 48:47, (24:27 en la primera vuelta y 24:20 en la segunda). La lluvia nos respetó (había estado lloviendo por la noche) y el circuito me encantó: muy llano al principio, hasta que se llega a la rampa de Pegaso, de la que no puedo decir más que se me atragantó, sobre todo al paso de la segunda vuelta. La otra rampa, la que lleva a la curva Monza, es mucho más corta y se gestiona mejor. Y desde ahí todo cuesta abajo hasta meta, así que entras en meta como un fórmula 1 🙂

Carrera muy divertida. Mucha gente con adornos navideños. Poco masificada. Bastantes chiquillos corriendo (podían correr 5K niños con 12 años cumplidos) y también algunos grupos de andarines. Aparcamiento sin problemas en el propio circuito. Buena opción para pre-celebrar la Nochebuena.

Y como no tengo SanSilvestres previstas, con esta carrera despido el año.

La puerta del infierno

Hubo una vez un tal Dante que en su «Divina Comedia» escribió que sobre la puerta del Infierno colgaba un cartel que decía: «vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza«. Nosotros los corredores tenemos un infierno particular que se llama lesión, que nos impide lograr nuestras metas, y cuando entramos bajo su influencia, tenemos que alzar la vista, leer el cartel y saber esperar tiempos mejores.

Yo llevo un mes en el infierno. Cuando empezaba a coquetear con los rodajes largos, tras la media maratón, el gemelo derecho dijo basta y a día de hoy, aunque salgo a rodar lento de vez en cuando, apenas me alejo de casa y dejo de correr en cuanto noto la más mínima molestia.

No es así como quiero correr 42 kilómetros.

Así que como dijo «el Guerra«: lo que no puede ser, no puede ser… y además es imposible. Así que Oporto queda descartado y será el segundo maratón de mi vida, tras Chicago, al que estoy apuntado y no puedo ir.

Desde aquí a final de año se acaban los objetivos deportivos. Mi única meta es recuperarme y volver a poder correr largo y sin molestias. No creo que me apunte a ninguna carrera. ¿Para qué? Si no puedo competir prefiero mis parques y mis senderos. Mis horarios, mis biorritmos, mi soledad y mis pensamientos.

Quién me iba a decir que el infierno sería tan frío.

Pensándolo mejor, tampoco es tan extraño, el invierno y el infierno tan sólo están a una letra de distancia.

Nos vemos en el Invierno.

Quien no corre, vuela…

XXXVI Media Maratón Zamora (2021)

Y después del mal sueño, volvieron las carreras…” Quizá esta frase podría ser otro microcuento de Augusto Monterroso, pero para corredores. El caso es que hemos vuelto, que después de confinamientos de la primavera de 2020 y las limitaciones a los viajes interprovinciales del otoño-invierno 2021, por fin, están volviendo las carreras y nosotros a participar en ellas. Mi «debut» ha sido en la Media Maratón de Zamora, que tenía que haberse celebrado el 15 de marzo del año pasado (justo en aquel famoso fin de semana en el que se declaró el estado de alarma) y que, tras varios aplazamientos, se ha podido disputar finalmente el 5 de septiembre, casi año y medio después

Cartel Carrera
Cartel de la prueba

No la he preparado… nada. Al fin y al cabo, la posibilidad de que podía disputarse o no, sumado a algunos problemas físicos, consiguieron que no acabara de creérmelo del todo y entrené en consecuencia: poco y mal. Tampoco es que la organización se caracterizara por si habilidad para mantenernos al corriente de cómo estaban las cosas. Aún peor, tanto su blog en blogspot como la página de Facebook siguen anclados en la edición de 2019. La única información que podías obtener era la que salía en prensa local (para dar una idea, el mail más reciente que yo tenía de la organización era de mayo).

Quizá por eso la carrera haya cogido de sorpresa también a la propia ciudad. Pocos sabían que la celebración de la carrera iba a afectar al tráfico y en muchas partes del recorrido se veían conductores protestando y policías diciéndoles que es que se habían metido en el circuito de la carrera y que no se podía hacer nada. El desbarajuste llegó a tal punto que cuando yo pasé por la Calle Rosa Chacel, detrás de las instalaciones de “Gaza”, los coches circulaban libremente en ambos sentidos y los corredores no podíamos hacer otra cosa más que correr por la acera a pesar de que los conos sí que estaban correctamente colocados en la calzada indicando que aquel no era espacio de los coches. En fin, cosas que se podían haber hecho mejor. Como el protocolo Covid de salida, inexistente; o la incoherencia de programar la salida en el centro de la ciudad, simultaneándola con un mercado romano con decenas de puestos callejeros completamente montados y coexistiendo en el mismo espacio con la salida de las carreras, lo que obligó a que los participantes del 10K salieran junto con los del 21K aunque estaba previsto que lo hicieran desde dos plazas distintas (pero es que las dos estaban ocupadas por los puestos del mercado).

Respecto al recorrido, indicar era el mismo que las dos últimas veces en que participé (2015 y 2017). La bolsa del corredor muy parecida a la de otros años y, como novedad, la camiseta conmemorativa de este año era de manga larga. Aunque, como he comentado en alguna otra ocasión, en plena segunda década del siglo XXI, podían hacer una camiseta con un diseño un poco más atractivo.

De mi carrera tengo poco que decir porque mi objetivo era simplemente terminarla (y no las tenía todas conmigo, incluso me dieron ganas de desviarme hacia la meta del 10K. Además del poco entrenamiento me pilló con el peso más alto que he tenido en años, así que peor marca personal y si me descuido no bajo de dos horas (y dando gracias por no haberme lesionado).

En meta no dejaron entrar al público, que se acabó concentrando en el aparcamiento, por lo que la vuelta final a la pista de atletismo fue mucho más desangelada que otros años.

Y hasta aquí esta crónica. La lección que extraigo esta carrera es que si al final voy a Oporto (recientemente me ha dado un tirón en el gemelo derecho y no entreno como debería) voy a sufrir como un perro callejero.

Johnny Marr, Tijeritas y las coincidencias

smithsHay coincidencias en la vida que tienen su origen en las no coincidencias. Me explico. En mayo de 1985 Johnny Marr tenía 21 años y era famoso. Yo tenía 15 y sólo pensaba en ser famoso en la cabeza de aquella chica heavy de 1º de BUP a la que en realidad le gustaba Tijeritas (que también era famoso… ay, garabí, garabí). Pero a pesar de mis 15 años y mis supuestas inquietudes musicales adolescentes debo admitir que no, que yo no estuve en el multitudinario concierto de los Smiths en el madrileño Paseo de Camoens, y que tampoco le vi en la tele cuando él y Morrissey fueron entrevistados  por Paloma Chamorro en La Edad de Oro. De hecho, ni me gustaba La Edad de Oro ni presté especial atención a The Smiths hasta que oí «Girlfriend in a Coma» en 1987, dos años después de aquel concierto, en la sección de discos del Alcampo de Moratalaz, y me dio por pensar que aquellas letras, a pesar de sus puntitos de humor, eran aún más tristes que las canciones de Los Secretos.

Los Smiths, editaron cuatro discos en los cinco escasos años que duró su carrera, de 1982 a 1987, y se separaron de malos modos, para nunca volver.

La chica heavy y yo también separamos nuestros caminos: era evidente que yo no podía seguir fingiendo interés por Tijeritas, ni siquiera por Los Secretos, por lo que aquello no podía ir a ningún lado.

A principios de los 90, antes de cumplir los 30, convertido al veganismo y abandonados para siempre el alcohol, el tabaco y las drogas (bueno, no; las drogas no), Johnny Marr empezó a correr.

A principios de los 90 los discos «Best… I» y «… Best II» ampliaron mi culturilla musical y me descubrieron verdaderamente a los Smiths: la lírica de Morrissey y el talento musical de Marr. Tenía veintipocos años y seguía sin ser famoso (ya, ¿pa qué?).

A finales de los 90, Johnny Marr seguía corriendo 16 kilómetros diarios y había formado parte de bandas como The The y Electronic.

A finales de los 90, antes de cumplir los 30, fui yo el que empezó a correr no sé cuántos kilómetros diarios, pero los suficientes como para participar en maratones. Desde entonces, a pesar de que no me he hecho vegano, ni he necesitado dejar de fumar (porque nunca lo hice), ni de beber (algunas cervecitas caen), sigo corriendo. Y para banda, la de los colegas.

En 2010, Johnny Marr corrió el maratón de Nueva York en 3:54:18.

En 2014 también lo corrí yo, en 3:52:20.

Y a día de hoy, a pesar de todos nuestros paralelismos y no coincidencias, de todas nuestras similaridades que alcanzan incluso a cierta sensibilidad social, cada vez que pongo una canción de los Smiths me maravillo porque sigo hipnotizado… ¡por la voz y los versos del imbécil de Moz!

Afortunadamente, esto no me ha pasado con Tijeritas quien, por cierto, tiene la misma edad que Johnny Marr.

Ya es coincidencia…

Muy heavy todo.

Eleuterio Bravo, el que mataron en la guerra

«El Cantábrico», 15/01/1930 (fuente Prensa Histórica).

En el ejemplar de “El Cantábrico” del 15 de enero de 1930, se puede leer: “por haber terminado con aprovechamiento el curso correspondiente, le ha sido concedido el título de instructor de Educación Física al sargento del regimiento de Infantería Valencia 23, Eleuterio Bravo Ruiz”.

Eleuterio tenía por entonces 30 años, era natural de Aguilar de Campoo y era mi tío abuelo. De este tío abuelo, deportista, nunca supe gran cosa cuando era pequeño, más allá de aquel comentario que siempre decía mi madre cuando encontrábamos aquella vieja foto en la lata donde se guardaban los recuerdos: “mira, Carlitos, este es el tío Eleuterio, el hermano de la abuela… el que mataron en la guerra”.

La tecnología, el acceso a los archivos, me ha permitido recientemente, aun con algunas lagunas, reconstruir cómo fue su vida, así que me permitiréis salirme hoy un poco del tema del running y dejar que os cuente la historia de mi tío Eleuterio… el que mataron en la guerra.

Como miles de jóvenes de su generación, ‘Lute’, que así le llamaban, fue arrancado de su entorno y arrojado a una guerra, la africana, que no era la suya. Pero lejos de Aguilar entendió que su pueblo no podía ofrecerle nada que no fuera cuidar del ganado de otro o cultivar por una miseria un trozo de tierra que ni siquiera era propio. La misma miseria que años antes había empujado a su hermano mayor a hacer la maleta y emigrar a la Argentina buscando no ya un futuro mejor, sino tan sólo un futuro. Y ese mismo futuro de miseria desesperada fue el que llevó a Eleuterio a preferir arriesgar su vida, todos los días de cada uno de los siete largos años en los que participó en la guerra del Rif, antes que volver a casa y vivir una vida ya muerta.

Eleuterio era un superviviente que por sobrevivir a su vida sobrevivió a la guerra. Consiguió en poco tiempo el empleo de sargento a base de tesón y a cierta dosis de locura que le hacía ofrecerse voluntario para volver al frente una y otra vez: primero Melilla, luego el regimiento Serrallo 69 de Ceuta y después en el cuarto tabor de Regulares, también de Ceuta; comiendo polvo, sufriendo emboscadas, matando y viendo morir a cientos de seres humanos, amigos o enemigos.

La guerra en África acabó para él con dos cruces de plata ganadas en combate y un buen destino en Santander, a dos pasos de las hermanas y de los padres. También con ese título de instructor de educación física de la Escuela Central de Gimnasia bajo el brazo (porque el de profesor estaba reservado a oficiales, así era aquella España de principios del XX), que aseguraba prácticamente su futuro en un país donde no existía esa titulación en el ámbito civil, por si acaso alguna vez el ejército decidía prescindir de sus servicios. Había triunfado y era feliz en Santander. Los tiros y las explosiones habían quedado lejos, como un mal recuerdo, y él había esquivado todas las balas. Y la guinda del pastel le llegó en 1934, con el ascenso a brigada y un destino aún más cómodo: la Caja de Reclutas de Santander.

Pero el destino se ríe siempre de nuestras alegrías y, coaligado con la peor generación de políticos de nuestro país, también se carcajeó de Eleuterio, de su felicidad y de la de media España. El 18 de julio de 1936 estalló la guerra Civil española y Eleuterio quedó en zona republicana, separado de sus padres y hermanas, que quedaron en la nacional.

Pero Eleuterio era un profesional, y a pesar de todo eligió ser leal a sus mandos e ir donde se le necesitase. De nuevo el frente de una guerra le estaba esperando, esta vez con la compañía de ametralladoras del Batallón 106, y como capitán, gracias a su experiencia africana. «Pan comido«, pensaría, «malo será que me mate una bala aquí cuando tantas otras no pudieron hacerlo a 1000 kilómetros de casa«.

Lo que seguro que no pensó nunca es que esa bala vendría de su propio bando. Bastaron para ello un par de discusiones con otros tenientes de su batallón, milicianos, hombres que habían sido toda su vida chóferes o empleados de una fábrica, pero que llegaban al empleo de oficial en el ejército republicano creyéndose diplomados en estado mayor cuando su único mérito era tener el carnet de un partido político o el de un sindicato. Gente que también así escapaba de la miseria material, a su manera, pero gente que nunca pudo escapar de su propia miseria moral.

Un tiro de pistola mató a Eleuterio. Y otro lo remató. Y allí, en Polientes (o tal vez fuera en Sargentes de la Lora), un día frío de finales del 36 o principios del 37, a escasos kilómetros de su Aguilar de Campoo, quedó tirado el cuerpo sin vida de mi tío abuelo Eleuterio, el que mataron en la guerra.

Y con esa sangre que se esparció en tierra cántabra se derramaron también los sueños de un superviviente, de un futuro profesor de educación física, de un hijo que no vio morir a sus padres, de un tío que no llegaría a conocer a sus sobrinos, de un marido que no conoció a su mujer, de un padre que no vio nacer a sus hijos.

De aquel muchacho que salió del pueblo con 21 años decidido a labrarse un futuro o morir en el intento, tan sólo quedó una foto en blanco y negro que el tiempo tiñó de color sepia, la de un tipo bajito y malencarado delante de una compañía de soldados en formación, en la que con una letra pulcra y ordenada, casi marcial; escribió a sus hermanas: «En Barcelona, de guardia a la puerta del cuartel. Eleuterio Bravo«.

Tocó morir, Eleuterio Bravo. Ochenta años después, tío, podrán decirse muchas cosas de ti, pero jamás nadie podrá decir, ni yo pondré en duda, que en tu corta e intensa vida no hiciste honor a tu apellido.

Bravo (1899-1937).