El recluta 36

Yo, de joven recluta
Yo, de joven recluta

En el blog de cualquier abuelo Cebolleta que se precie, como éste, no puede faltar una de aquellas “historias de la puta mili”. Sí, señor: soy tan viejo que hasta hice la mili. Y no una mili cualquiera, sino mili de voluntario, dieciséis meses sirviendo a la patria, haciéndome un hombre, como se decía antes (lo que tampoco era difícil si contamos que cuando me incorporé tenía 17 años). ¿Que por qué voluntario? Supongo que por millones de cosas completamente lógicas y coherentes para un chaval de esa edad. Hoy día lo relaciono más con el escaso desarrollo del neocórtex cerebral a esa edad.

Reclutas en el CIR
No me busquéis que soy de los de atrezzo del fondo

Probablemente fui un recluta atípico. El mismo día de nuestra incorporación nos subieron en la vieja estación de Atocha, antes de que fuera convertida en jardín, a un tren nocturno que tenía como destino Lisboa, aunque nos dejaría de madrugada en Cáceres, donde estaba el cuartel donde «haríamos el campamento». A bordo del tren viajaba una pareja de neozelandeses un poco perdidos que acabaron sentándose en mi compartimento, rodeados de chavales con espinillas, en el que yo era el único capaz de entenderles y hacer de “intérprete” para el cabo primero que nos acompañaba. Días después, ya en el Centro de Instrucción de Reclutas nº3 (el campamento Santa Ana, para los amigos), durante las “clases teóricas”, mientras el resto de mis compañeros dormitaba oyendo a un sargento chusquero desgañitarse para que se nos quedara en la mollera las diferencias entre el tiro tenso y el tiro parabólico, yo trataba de repasar Matemáticas y Física y Química que eran las dos asignaturas que me faltaban para acabar el B.U.P. y que había dejado para ingresar voluntario, para asombro de mi compañero de pupitre de turno que me veía enfrascado en resolver integrales y derivadas como un loco. Vamos, que lo que no hacía en el instituto me dio por hacerlo allí.

Lo bueno de la mili era su rutina: siempre sabías qué tocaba hacer. Y por las mañanas, después de formar ante la puerta de la compañía, aún de noche, en aquella explanada y con aquel olor agrio tan característico de la vegetación de ese lugar; tocaba «educación física». Rompíamos filas, nos cambiábamos a todo trapo y salíamos a formar otra vez vestidos con una camiseta caqui de manga corta de algodón, un pantalón de lona del mismo color y unas zapatillas que parecían tanquetas y que, desde luego, cuando te las entregaban no te preguntaban si eras pronador, supinador o tontolhaba. Las cogías y si te estaban grandes o pequeñas tratabas de intercambiarlas con algún otro recluta. La educación física también era peculiar, pues consistía en un único ejercicio: correr. Puede que no parezca sorprendente a un observador imparcial, pero para mí sí porque la educación física que dábamos en el instituto consistía en dos ejercicios: correr y, después, jugar al fútbol. Y aquí lo del fútbol no se estilaba. Pero era lo que tocaba, así que rodeábamos la explanada corriendo en círculo una y otra vez, una y otra vez, como hamsters pero de color aceituna, y tanto tiempo como al cabo primero al mando le parecía oportuno. A mí no me importaba, pero tampoco recuerdo que me encantase correr especialmente. Y a algún «quillo» sevillano que recuerdo, algo pasado de peso, unos minutos más corriendo precisamente no le hacían ninguna gracia. Sin embargo, a mí, que soy mucho más pragmático, el CIR me parecía enorme y probablemente pensaba que habría sido mucho más ameno salir a correr recorriendo todas las instalaciones (creo que por entonces yo ya tenía ese instinto explorador runner que tanto me gusta). Esa labor, la de explorar, tuve que hacerla paseando por las tardes con mi colega el 22. Obviamente mi colega no se llamaba 22 pero es que allí los mandos no te llamaban por tu nombre, sino por tu número y esa costumbre la adquirimos los del lumpen, vamos, la tropa; y era verdad que resultaba mucho más fácil que aprenderse los nombres.

Frente a la puerta de la 14ª Compañía (cómo nos gustaba hacernos fotos en cuanto nos daban las "escopetas")
Frente a la puerta de la 14ª Compañía (cómo nos gustaba hacernos fotos en cuanto nos daban las «escopetas»). Tampoco estoy, no me busquéis.

Un buen día, imagino que por nuestra cercana jura de bandera (es decir, que estábamos a punto de irnos a nuestros destinos), allá por mayo, se celebraron unas competiciones deportivas en la pista de atletismo, entre las compañías que estábamos haciendo la instrucción allí. No recuerdo apenas nada de ellas (veintisiete años no pasan en balde). Ni quién las organizó, ni cómo se selecciónó a los participantes, ni en qué deportes se competía (salvo fútbol y atletismo). Es obvio que yo no tomé parte en ellas. Sólo recuerdo estar sentado en la grada con el 22, bebiendo una gaseosa (bebida maligna a la que me aficioné peligrosamente) que habíamos comprado en la cantina, o en «la pollería», y ponernos a animar como unos descosidos al 28 que corría los 200 metros lisos (afortunadamente le dejaron utilizar sus propias zapatillas y no las «tanquetas»): “¡venga la 14ª!” ,“¡corre veintiocho!”. Y pensar “cómo corren estos tíos” y, sobre todo, “ya hay que tener ganas de vestirse de corto y ponerse a correr con lo bien que se está sentado al sol”. Quién me iba a decir a mí que doce años después me iba a aficionar a eso del correr… tanto, que ya no he podido parar.

– “Oye, 22. ¿Nos vamos a por otra gaseosa?”

– “Venga, 36

Dedicado a todos aquellos compañeros voluntarios del 1-04-87 del Regimiento de Movilización y Prácticas de Ferrocarriles, donde quiera que estén.

5 comentarios en “El recluta 36

  1. Hombre Carlos, yo tambien hice la mili pero obligado y de 9 meses en ferrocarriles tambien, en cuatro vientos y al final como me hernie y me torci un tobillo la mili se me quedo en 6 meses, que blandito soy,jajaja. Me hubiera gustado ahorrarmela pero tuve suerte con las bajas, estuvo bien.
    Un abrazo, que tiempos…la hice en el nov 98/agos 99.

  2. Qué recuerdos de mi paso por la mili de reemplazo … 1ª/96 en Regimiento Artillería Anti Aérea nº 72, en Zaragoza. Las batallitas de la mili me recuerdan mucho a cómo ahora contamos nuestras carreras 😉

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