Solo ante el streaking

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Streaking and running (fuente: history.com)

¿Cómo una de las peores películas del «landismo» (y de la historia del cine español, probablemente) puede inspirarle a uno un post? Pues porque, aunque no lo  parezca, el streaking de la película, el acto de mostrarse uno desnudo como forma de protesta o rebeldía, tiene su origen (sin tener que remontarnos a Lady Godiva) en las carreras que se organizaban en los campus universitarios americanos en aquella época que tan bien retratan series como «Mad Men«, y que tenían un poco de eso: salir a correr y hacerlo en cueros como forma de protesta, o como desafío, o simplemente para echar unas risas y escandalizar a las generaciones más mayores. Curiosamente, aquellos jóvenes rebeldes de finales de los 60 y principios de los 70, cincuenta años después, deben ser ya venerables ancianitos o, como poco, felices jubiletas. El que quiera más información puede leer la entrada que wikipedia dedica al fenómeno y por qué a eso se le llamó streaking.

En cualquier caso, no ha sido nunca mi intención salir a correr a culo pajarero como si fuera a participar en una foto de Tunick, sino que el término streak en running ha vuelto a sus raíces etimológicas más profundas y viene a significar lo que siempre significó: una racha, una serie consecutiva de algo. De ahí el run streak: una racha encadenada de días consecutivos saliendo a correr.

Hace años había leído a Santi Palillo, que allá por 2012 estuvo 366 días consecutivos saliendo a correr un mínimo de 5 kilómetros. Yo quería un poco vivir esa experiencia, la de salir a correr por correr todos los días durante algún tiempo. Estaba claro que en ningún caso podría plantearme siquiera estar un año así, ni un mes. Pero sí aprovechar las vacaciones de verano para hacerlo.

El año pasado es cierto que lo intenté, pero me torcí un tobillo al sexto día y pasé el resto de vacaciones en el dique seco. Sí, ya sé que la mayoría de vosotros aprovecháis las vacaciones de verano para pasarlas enteras en el «dique seco» y dejar descansar al cuerpo, pero yo soy un rarito al que le gusta correr y al que no le gusta planificarse su hobby como una temporada formal con sus descansos, pretemporadas y cosas de esas. Me gusta salir a correr y si cuando más puedo hacerlo es en vacaciones… pues corro en vacaciones. Eso sí, como el maestro Palillo me fijé un mínimo de 5 kilómetros diarios… que casi también era el máximo; y libertad de ritmos: sin series, ni fartlek, ni cuestas, ni esfuerzos que pudieran cansarme tanto como para no querer salir a correr al día siguiente.

Al final he conseguido encadenar 16 días corriendo. No son muchos, vale, aceptado, pero la experiencia, en sí,  me ha gustado mucho y habría podido mantenerla en el tiempo de haber tenido más días de vacaciones. Es cierto que me costó un poco encontrar fuerza de voluntad al principio, pero una vez que se consigue la rutina, salir a correr se hace tan cotidiano como desayunar.

¿Algún resultado visible o apreciable? Pues no. Ni pérdida de peso, ni mejora en el estado físico. Tampoco los ritmos eran como para conseguir nada. Quizá en el aspecto psicológico cierta satisfacción por hacer ejercicio, por llevar una vida activa, por mover el trasero, y por poder tomar una Tropical (que las vacaciones fueron en Canarias) y unas patatas fritas sin sentimiento de culpa. Por ahí sí.

Para finalizar me dejo unos números, para los archivos:

  • Entrenos: 16
  • Distancia: de 5,02 a 6,03 kilómetros
  • Tiempo: de 29’05» a 35’29»
  • Ritmo: de 5’12» a 6’09» min/km
  • Carrera promedio: 5,49 kilómetros en 31’31» (5’44» min/km)

El plan que me pide el cuerpo

Como maratoniano, cada año y con cierta antelación marco en rojo en mi calendario una fecha fatídica: la del siguiente maratón. Al principio se ve lejana, lo que me permite holgazanear, salir a correr sin pretensiones, porque sí, por placer, porque me apetece. Sin embargo, según se va aproximando esa condenada fecha, mi cuerpo intuye el castigo físico que se avecina y se pone a buscar como loco un nuevo plan de entrenamiento que permita compaginar mis propias expectativas (correr mucho mucho mucho) con sus absurdos propósitos (salvar los muebles sin sufrir demasiados daños). En cristiano: me pide que me ponga a entrenar de una puñetera vez y me deje de zarandajas.

Este año, entre mudanza, estudios, trabajo, casa y niño no he «querido» buscar mucho, así que el plan elegido ha sido el que me propone el pulsómetro. Sí, sí, así de absurdo. El propio cacharrillo tiene una función (o su App, o su web, ¡qué más da!) que te pide la fecha de la carrera y él planifica las sesiones y las carga en el reloj: fases, duración, zonas de frecuencia cardiaca. Y ya está. Yo sólo tengo que ponérmelo y salir a correr que ya me dice él lo que tengo que hacer. ¡Joder, si me viera mi ‘yo’ de 1999, tan analógico él, le daba un pasmo!

Hasta ahora he acabado primera etapa, de tres semanas, que el plan denomina de «trabajo previo» y la verdad es que me quedo asombrado de la inocencia del «bicho»: me ha planificado 16 semanas con sólo tres salidas en cada una de ellas y a unas pulsaciones bajísimas para lo que yo acostumbro (lo que hace que corra a ritmo de tortuga); y aun así, el cachondo, me dice que podré acabar la carrera en 3h13m, que sería mi MMP con diferencia. Es decir, que cuando otros años me he esforzado tanto y he estado trabajado duramente por mejorar ritmos y he acumulado cientos de kilómetros en las piernas lo he estado haciendo mal y por eso no he tenido más que marcas normalitas 😂😂😂.

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No me lo invento: ¡3 horas y 13 minutos!

La verdad es que nunca antes había entrenado por pulsaciones y me está costando bastante sujetarme y mantenerme en zona. Me explico, digamos que el cacharro crea cinco zonas en función de porcentajes basados en mi frecuencia cardíaca máxima, siendo la zona 1 la de más bajas pulsaciones y la 5 la más cercana al FCMáx. Pues normalmente, en un entrenamiento normal nunca me pedirá que pase de la zona 3 y exigirá que me mantenga durante el tiempo que toque entre 125 y 142 pulsaciones, por ejemplo: ni por encima ni por debajo. Incluso me obligará a ir en zonas 1-2 durante el calentamiento y el enfriamiento. Tan sólo los días de intervalos me pide trabajar las zonas 4-5. Pero esas sesiones, que son de las más cortas, ni siquiera las programa todas las semanas.

Así que ahí estoy, saliendo a entrenar y frenándome cada dos por tres para que el cacharro no empiece a pitar como un loco en cuanto acelero un poco y me paso de pulsaciones.

En cualquier caso, y por concluir, un plan de sólo 3 días por semana y sin grandes kilometradas es un bombón por la de cantidad de tiempo que me deja libre para hacer otras cosas que como he comentado, son muchas.

Ahora, que lo de poder hacer 3:13 no entra en mi cabeza, por mucho que el programilla se esfuerce en repetírmelo una y mil veces.

El corredor estoico

«Quiero correr sin fin, quiero correr hasta morir». Bueno, en realidad Tino Casal usaba el verbo «bailar», en vez de «correr», pero no he podido evitar parafrasearle ahora que se cumplen 25 años de su muerte. Casal murió como mueren los artistas grandes, «en trágicas circunstancias», y si hay una palabra que pueda definirlo es una de las que forma parte del título de la exposición que el Museo del Traje le dedica estos días en Madrid: «El Arte por Exceso«. Exceso. Y del exceso quería hoy hablar. No ese exceso tan de la Movida que se puede encontrar en sus canciones («una pequeña dosis más, quiero bailar hasta morir»), sino el exceso que cada día encuentro entre ciertos corredores.

No me importa en absoluto el exceso del que habla de constantemente de sus entrenos o sube interminables fotos a sus redes sociales de él o ella entrenando, en carrera, tomando batidos proteicos, luciendo nueva equipación, nuevas zapatillas, nuevo pulsómetro o el cachivache más nuevo del mercado, llámalo equis. Allá cada uno. No es mi estilo, pero puede ser el suyo. Live and let live, if you know what I mean. También he conocido algunos de estos profetas del running que tras profesar exageradamente el runnerismo y vivirlo de forma tan intensa de pronto desaparecen y te enteras de que han dejado de correr porque se les ha pasado la «fiebre», o resulta que se han pasado al crossfit de forma tan vehemente y voraz como practicaron el correr. Que los hay.

Zenon de Citio, "el Estoico"
Zenón de Citio, «el Estoico»

Yo nací como corredor cuando el tema éste de la «información» no era tan fácil ni tan inmediato como hoy, sobre todo si no venías del atletismo de clubes o no tenías experiencia atlética previa. Y así me vi yo. Aprendiendo tras cada maratón con aquella revista que editaba Mapoma y que regalaba en la bolsa del corredor cada año y que tras la portada (y tras el saludo del Rey, ‘maratoniano de honor’, y el del Alcalde, y el del Presidente de la Comunidad, y el del Consejero, y el del Concejal, etc. etc.) podías encontrar artículos estupendos sobre lo que iba a ser la maratón: su exigencia física y mental y lo que haberla corrido iba a hacerle a tu organismo. En cierta forma, aquellos artículos me enseñaron, si no a tenerle miedo a la carrera, sí a pensar que carreras tan largas, en exceso (todo en exceso), podrían ser contraproducentes para tu salud. Me convertí en un corredor estoico (si no lo era ya por naturaleza): más racional que visceral, cauto, imperturbable y, vale, vale, aburrido.

Desde entonces he corrido conforme a lo razonable sin salirme de lo que aquellos consejos aprendidos con cuatro artículos periodísticos marcaban como saludable: un maratón al año (dos, máximo), tres o cuatro medias y ocho o diez 10K. El resto, salvo las semanas de entrenamiento para la maratón: correr por correr, correr por salud. Y no me ha ido mal si miro hacia atrás. Ninguna lesión grave en 18 años, ni dolores crónicos en ninguna articulación, ni secuelas físicas apreciables (las propias de la edad).

He sobrevivido.

Quizá demasiado. Quizá hasta el punto de llegar hasta este momento, a este siglo XXI tan plagado de corredores epicureos que encuentro tan ajenos a mí, tan pasionales, tan «aprovecha el momento» y que son capaces de encadenar sin demasiados remordimientos tres, cuatro, cinco maratones al año, algunos separados entre sí por tan sólo unas semanas. Veo sus fotos, leo sus crónicas, repaso la expresión de sus rostros sonrientes mordiendo la última medalla de finisher del maratón de moda o de esa ultra con chorrocientos mil metros de desnivel positivo o la super megamedalla que demuestra que has corrido de los Apeninos a los Andes como Marco pero sin mono Amedio y cruzándote el Atlántico a nado con un neopreno de colorines y tirando de una zodiac con los dientes.

Son esos momentos en los que no puedo evitar sentirme viejo, mirar para arriba, los ojos en blanco, y musitar: «maremíamaremíamaremía«.

4/4: Maratón

El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional

Con los 10 kilómetros del viernes, al amanecer, doy por finalizado el entrenamiento para el maratón de Madrid del domingo. Y lo he acabado como lo empecé, con lluvia. La misma lluvia que me saludó al inicio de estas dieciséis semanas en aquel «Trofeo Paris» de principios de enero, me despidió ayer. Atrás han quedado 985 kilómetros de esfuerzo, de tiempo robado a la familia, a los estudios, al sueño (al trabajo no porque de eso ya se ocupa la Patronal). A pesar de haber acabado ya una buena ristra de maratones, a lo largo de estas semanas me han asaltado muchas dudas sobre mi capacidad para enfrentarme a una carrera así o si la edad me ha hecho menos resistente al sufrimiento necesario para resistirlo. Pero eso no me ha hecho finalmente abandonar. Hay cosas peores que tener que madrugar, o entrenar sin ganas, o pasar frío, o que te llueva, o que te duelan las piernas de tanto correr, o salir a correr aunque estés de vacaciones con la familia. Sí, yo creo que a todos se nos ocurren cosas no ya peores, sino muchísimo peores.

Se ha hecho largo, sí; se ha hecho cuesta arriba, también. Pero aquí estamos, en vísperas de la carrera y con el dorsal preparado en el cuarto de al lado. Agradecido porque una vez más las lesiones me hayan respetado y pensando en que hay mucha gente con menos suerte que no ha podido llegar a estar en la línea de salida. No vamos a mentir ni a mentirnos: todos llevamos en la cabeza nuestra carrera perfecta, el ritmo que deseamos, la marca que anhelamos conseguir. Pero lo de mañana no es una carrera normal, es un Maratón, con mayúsculas, cualquier cosa puede ocurrir y esa cosa puede parecerse o no (… o sólo un poquito) a lo que los corredores tenemos en mente ahora mismo.

Así que para mañana, a San Filípides, patrón de maratonianos, sólo le pido una cosa: que nos dé salud y fuerza para que todos, sin faltar uno, lleguemos a meta de una pieza para poder abrazarnos a los que nos quieren, o simplemente para dar gracias a la vida, a una larga vida que nos permita acabar muchos maratones más.

Buena suerte a todos.

Tres cuartos

Ahora sí que puedo decir que estoy (estamos, los maratonianos) en capilla. La mayoría del trabajo está hecho. Por lo que a mí respecta me queda una semana más de entrenamiento intenso y después empezaré a disminuir la carga de kilómetros para llegar con ganas al 24 de abril, que quedan 26 días.

Estas últimas cuatro semanas han seguido la tónica de los otros dos cuartos: no he hecho todos los deberes. Vamos, que no he corrido todos los kilómetros que me pedía el plan, pero aun así he completado 281,3, es decir, unos 70 kilómetros a la semana y con esta cifra sí estoy más satisfecho. Además, casi todos los kilómetros que he dejado de hacer lo han sido en la semana del viaje a Londres con la familia. Y eso que allí tuve tiempo de sacar un rodaje de 10 kms. por Hyde Park y Kensington Gardens, como en los viejos tiempos londinenses. Eso sí, al día siguiente de aterrizar en Madrid me tocaba una tirada de 30 kilómetros que tuve que abortar a los 27porque no podía con mi alma. Y el siguiente fin de semana tampoco me encontraba demasiado motivado y dejé la tirada larga en tan sólo 23 kms. Quizá es que se me hacen demasiado largos los planes de dieciséis semanas y a lo mejor con doce tendría suficiente. No lo sé. Lo que sí sé es que llegado a un punto, los planes tan largos se me hacen muy cuesta arriba y aborrezco tener que seguirlos porque me cansan, me aburren, me hastían… y preferiría que la carrera fuera ya, que estuviera aquí, más cerca.

Afortunadamente durante la última semana he vuelto a recuperar el interés y he completado más de 86 kilómetros en cinco salidas, entre ellos un rodaje largo de 29K de esos que sabes que has acabado con fuerzas como para haber seguido corriendo unos cuantos kilómetros más. No lo hice porque este verano me leí el libro de Jack Daniels en el que dice que no tiene sentido estar corriendo tres horas. Desde entonces he adoptado sus enseñanzas y he decidido que mis tiradas largas tengan un tope, aunque sea doble: los 30K o las dos horas y media, lo que llegue antes (aunque este finde me pasé: 2 horas 39 minutos).

Bueno, y también la motivación puede haber venido porque me he comprado unas mallas Wong para el día de la carrera y nuevas zapatillas para acumular kilómetros y supongo que quería estrenarlo todo (puñetero consumismo).

La Mitad

Pues a lo tonto a lo tonto, si hace poco hablaba de la cuarta parte, ahora tengo ya que hablar de la mitad. De aquí al 24 de abril ya es todo cuesta abajo. Hay que ver lo rápido que pasa el tiempo. Creo que fue Chéspir el que dijo aquello de que «el tiempo pasa muy rápido para los que temen». Y eso es lo un poco lo que nos pasa a los maratonianos, que vemos cómo se va acercando inexorablemente la fecha de la carrera y tememos no estar listos para lo que se nos viene encima (42 kilómetros, señora, 42). O por lo menos eso me pasa a mí. Pero dejémonos de autores ingleses y apliquemos el sentido común español que siempre ha dicho aquello de que el tiempo es oro y el que lo pierde es un bobo.

Pues bien, durante estas cuatro semanas yo he sido un poco bobo y en vez de seguir el plan a pies juntillas he preferido competir un poco y eso ha traído como consecuencia que las semanas siguientes a las competiciones el cuerpo no estuviera para muchas tonterías. Es decir, que hacía menos que lo que el plan me decía que había que hacer. Y así como quien no quiere la cosa he acabado el ciclo con 40 kilómetros menos de los que debería. En total han sido 231 kilómetros en 4 semanas, lo que da una media de 57,5 kilómetros por semana. Si hubiera completado el kilometraje planeado, la media sería de 67,5 kms./semana, mucho más acorde con una planificación de maratón.

Por lo demás todo muy bien. No he sufrido ninguna lesión, no corro con molestias de ningún tipo y las competiciones en las que he participado (y-no-debería -pero es que en su mayor parte han sido gratis porque me han tocado en sorteos y a eso uno no se puede resistir-) han sido duras y sin embargo han salido a unos ritmos bastante interesantes. Por ejemplo, la media maratón con la que cerré la octava semana de entrenamientos ha salido a un ritmo superior al que corrí en los 10K del Trofeo Paris que se disputó justo el día anterior a iniciar el plan. Eso evidencia una mejora sustancial en el estado de forma.

Lo peor sigue siendo este tiempo invernal que tanto odio, que tantas ganas de correr me quita, y que en este segundo cuarto del plan ha ido a peor. Pero bueno, la primavera está a la vuelta de la esquina, los almendros están todos en flor y el campo verdea, así que en cuanto suban un poquito las temperaturas tendremos una primavera exhuberante y para los que no tenemos alergia será un gusto salir a entrenar. Al menos esa es mi esperanza.

P.S. Tengo que ir pensando en renovar las zapatillas de entrenamiento. Las Pegasus que tanto critiqué al final se han portado y siguen activas, amortiguando todavía muy bien, pero acaban de superar los 1.000 kilómetros y no quiero correr riesgos.

Volveré a las 3/4 partes. Hasta entonces, un poco de música…

«Meet me halfway»  😉 – Black Eyed Peas

La Cuarta Parte

La cuarta parte
La Cuarta Parte

Si eres tan viejo como yo, te recordarás muchas mañanas de sábado tirado en el sofá viendo “La Bola de Cristal”, aquel programa de Lolo Rico que consiguió reunir a pequeños y grandes junto a la tele para ver brujas, hadas, electroduendes, personajes de “la movida”, viejas series en blanco y negro y a Javier Gurruchaga, el cuarto hombre, conduciendo precisamente, “La Cuarta Parte”. Pero no voy a hablar de televisión, ni de nostalgias, y el título de este post no quiere decir nada más que lo que expresa: que el domingo pasado acabé las primeras cuatro semanas de las dieciséis del plan para la maratón de Madrid, es decir, la cuarta parte.

No sé vosotros, pero yo debo ser un apasionado de las fracciones (o los quebrados, como queráis) y cada vez que me toca salir a recorrer una kilometrada siempre voy haciendo cálculos del tipo, ya llevo corrido un cuarto, o un tercio, o dos tercios, o tres quintos o cuatro novenos. Supongo que en tiradas de más de 20 kilómetros hay mucho tiempo que rellenar y el cerebro tendrá que entretenerse en algo, el pobre. Tampoco llevo toda la vida así, no soy tan freak. Fraccionando mi vida, digo. Eso se lo dejo al protagonista de “About a Boy”, la novela de Nick Hornby, que dividía sus actividades diarias en unidades de tiempo de media hora cada una. Y menos aún fraccionando planes de entrenamiento. No porque no quisiera hacerlo antes, sino porque yo nunca he llevado un plan de entrenamiento hasta hace relativamente poco tiempo. Supongo que llega una edad en la que notas que la forma física ya no se adquiere corriendo por correr como cuando tenía 30 años. Entonces me la refanfinflaban los planes. Simplemente me apuntaba al maratón y salía a correr más a menudo. Si al cabo del tiempo podía correr en 41-42 minutos los 10 kilómetros y sobre 1:30-1:35 la media, sabía que ya estaba listo. Ahora me dicen que haga 1:30 en media maratón y me da la risa floja. Como si me piden que haga un kilómetro a 4 minutos, cosa que antes podía hacer en cualquier entrenamiento en el que me picase conmigo mismo. Con la edad me he vuelto lento. Los ritmos más rápidos que he visto en estas cuatro semanas de plan no han llegado ni a los 4:15 por kilómetro. Y tampoco creo que vayan a mejorar y tampoco me importa porque me veo bien a los ritmos que entreno (progresando adecuadamente). Simplemente lo acepto y sé que hoy día necesito correr y prepararme de otra manera más “ordenada” para conseguir las mismas marcas que hace 12 años salían “solas”.

El metabolismo también me ha cambiado y me cuesta mucho más bajar de peso (si es que bajo) cuando antiguamente me «desinflaba» con cuatro o cinco semanas continuadas corriendo con regularidad. Desventajas de hacerse viejo. Pero al menos soy de los que no se dan por vencidos sin luchar y he conseguido robarle 3 kilos a la báscula en estas cuatro semanas (no está mal, pero todavía me sobran más de diez kilos).

Por otra parte, el adaptar el plan que llevaba para Chicago este verano me ha dado la posibilidad de compararme en ambos y he llegado a la conclusión de que el frío me hace correr más. No sé si para llegar antes a casa y darme una ducha caliente, pero es un hecho que corro entre 5 y 10 segundos más rápido por kilómetro. El calor aplatana, sí. Pero lo que verdaderamente odio, odio, odio y odio es salir a correr a las 6 de la mañana. Maldita sea, si ya sé hasta dónde voy a encontrarme el coche de los municipales con los guardias dentro durmiendo. Cada vez que me los cruzo, aparte de la envidia que me dan, pienso que si abren el ojillo y me ven pensarán: «¿dónde irá este gilipollas corriendo, a estas horas?»

En conclusión, primeras cuatro semanas completadas a plena satisfacción, sin incidencias y ciñéndome al plan. Cuatro semanas con una carga de kilómetros de 47+47+55+61 kilómetros, lo que hace un total de 210 kms.

Ahora vamos a por otras cuatro, ¡vamos a por la mitad!

Me encuentro chungalí

El lemitre pasado debí jamar algo que no me sentó lachó y eso me tuvo toda la dramia con el opomomo hecho unos zorros, con alangarís y yéndome de varetas. Un cuadro. Mi romí asustada, ya me quería enviar al fulcheró del canguelo que tenía de verme nasaló. Así que de plastanear ni modo. Hasta me perdí la Carrera de la Ciencia que tenía caremada con unos monrós del curripén y a la que iba por la pati. Disde esa doga.

Bichela que ya sinela feter, tamí no pachibelo que trute a plastanear disde el canché.

Bi maratón, bi objetivos, el drupo y el crané se resienten.

Y ya se chana…

A chuquel jucó, saro son pajumís.

Maspalomas

Maspalomas, sábado 8 de agosto de 2015. 7:45 AM, hora local.

No acabo de acostumbrarme a que a estas horas aún sea de noche, cosas de estas latitudes, supongo. Hoy toca la tirada larga de la semana y, fuera de mi hábitat alcalaíno, me cuesta decidir una dirección por la que empezar a correr. No tengo prisa, 25 kilómetros tienen que dar para tomar muchas direcciones. Esta noche ha hecho mucho viento, aún ahora lo sigue haciendo, y calor, mucho calor, del que se te mete en la cavidad nasal y te abrasa por dentro. Es raro. Este clima que hemos tenido casi desde que aterrizamos en la isla es muy raro, con esa calima africana que nubla los cielos y calienta las tierras. Tomo la carretera que hay frente a los apartamentos hacia la derecha. Se oyen truenos a lo lejos y empiezo a recordar que esta noche he oído mucho viento, o a lo mejor era lluvia, o tormenta… o tal vez lo haya soñado, simplemente.

Llevo poco más de un kilómetro corriendo y me encuentro la cuestarraca de la vida en la Avenida del Touroperador Tui hasta llegar a la Plaza del Hierro. Quizá escoger el camino de la derecha no haya sido la mejor de las ideas. Pero, al menos la subida me ha permitido ver el paisaje y situar los relámpagos y los truenos en la zona de Arguineguín. Extrañamente pienso que con este calor, un poco de lluvia quizá no vendría mal. El plan inmediato es bajar por la Av. de Gran Canaria hasta el hotel Riu Palace y salir allí al paseo marítimo, en la zona de las dunas. Es un tramo tranquilo que hago corriendo por la calzada. Aquí y allá la sombra triste de algun guiri que vuelve de fiesta, un gato que huye al encontrarse conmigo, un taxi con luz verde que pasa algo más rápido de lo permitido… lo normal. Tras cruzar por delante de la puerta del Riu voy buscando el lateral pues recuerdo que hay un pequeño paso peatonal que lleva al paseo y no quiero pasármelo.

Las dunas me reciben con un viento ardiente y la arena que se me mete en los ojos. Es muy desagradable. Miro hacia el otro lado para evitar los picotazos de la arena. Sigo pensando que no es normal que sean las 8 de la mañana y que este viento sea tan caliente, que no haya refrescado por la noche, ni que el termómetro marque 28 grados.

Voy dejando atrás las dunas y la arena, tan sólo me acompaña el viento de cara. Pasado el Centro Comercial Anexo II el aire se va calmando, se ven más caminantes, más corredores, gente que se va reuniendo en los poyetes del paseo para ver amanecer, algunos con cámaras de fotos. Hoy no parece que vayan a tener suerte porque el cielo está completamente nublado. A estas alturas ya he decidido subir hasta San Agustín y dar la vuelta allí. A la altura de la Punta de las Burras ya es completamente de día y comienza a chispear, pero no arrecia.

Llego al balcón de San Agustín y doy la vuelta por el carril bici, paso por delante del Meliá Tamarindos en el que hemos veraneado otras veces. Apenas llevo 9 kilómetros. El carril bici me vuelve a dejar en el paseo marítimo en tan sólo un par de kilómetros, aunque ahora en sentido contrario. De pronto empiezan a caer goterones gordos: chof, chof, chof. E inmediatamente me encuentro bajo el diluvio universal. No llueve, caen cubos de agua. Literalmente. Bajo el ritmo casi hasta los 8 minutos por kilómetro y sólo pienso en no resbalar y “estontonarme”. La tormenta está encima de mí. Ya no hay nadie en el paseo marítimo para ver amaneceres ni anocheceres ni la madre que los parió a todos. Sólo andarines que huyen hacia sus hoteles y una bici despistada que me adelanta partiendo las aguas a su paso. Está lloviendo tanto que el paseo marítimo con sus baldosas poco acostumbradas a la lluvia es una charca todo él, y la altura del agua es tal que llevo totalmente empapadas las zapatillas y los calcetines. Me encuentro de frente a otro corredor. No nos saludamos, sólo nos miramos y sonreímos.

Al pasar de nuevo por el Centro Comercial Anexo decido correr por la playa del Inglés hasta el faro de Maspalomas, al menos por la arena no me resbalaré. Aunque tampoco tengo claro que sea la opción más inteligente del mundo teniendo una tormenta con truenos y relámpagos justo a la izquierda, sobre las aguas del Atlántico. La mente me va a cien escudriñando en mi memoria si alguna vez me enseñaron cómo no atraer a los rayos cuando uno está al descubierto en una playa. Mucho me temo que correr no estaba dentro de las recomendaciones. Pero bueno, de vez en cuando me cruzo por la playa con otras personas que habían salido a andar o a perderse entre las tumbonas un viernes noche y que, dando todo por perdido y los pelos como una sopa, caminan como yo o corren como yo y, por tanto, tienen las mismas posibilidades que yo de que les caiga un rayo encima. No me consuela, pero me deja seguir corriendo.

El viento sopla fuerte y la lluvia torrencial que antes caía de arriba ahora me da de costado. Y según avanzo y se desplaza la curvatura de la costa me va dando por el resto de costados hasta que finalmente el viento se une la lluvia con la arena de la playa y entre las dos me van atizando bien por el otro lado.

Quizá no lo he dicho, pero a estas alturas el ritmo me importa tres cominos. Sólo pienso en la distancia, en esos siete kilómetros que me quedan cuando llego a la falda del faro de Maspalomas, donde ya no llueve y en cuestion de segundos sale el sol y se queda una mañana primaveral. El paseo de Maspalomas está lleno de runners, de paseantes, de jardineros cortando el cesped, de empleados poniendo a punto las terrazas de las cafeterías, del Pingüino Soul, donde venimos todas las tardes a comprar un helado a Mateo (de chocolate negro). La temperatura ha bajado hasta los 26 grados. La mañana perfecta. Decido ir hasta Playa Meloneras para alargar un poco el recorrido, dar toda la vuelta al Centro Comercial y luego regresar por la calle de los hoteles: Lopesán Villa del Conde, Riu Gran Canaria, Riu Palace Meloneras y Lopesán Costa Meloneras. Desde allí de nuevo al faro y volver al punto de partida por el Barranco de Fataga.

Pero al llegar a la altura de la Charca de Maspalomas, cuando tan sólo me quedan dos kilómetros para terminar, el cielo se encapota, caen cuatro gotas gordas: chof, chof, chof, chof.. y estoy otra vez bajo el diluvio universal. Y me río. A carcajada limpia. Y miro hacia el cielo y el agua me chorrea por la cara. Y completamente calado me quito la camiseta y extiendo los brazos para hacer el avión. Y soy feliz. Como un niño, soy inmensamente feliz. Y pienso que por esto, precisamente por esto, amo correr.

Y otro runner guiri que venía detrás de mí me adelanta, muy serio y a lo suyo, bajo el diluvio tropical canario. Seguramente pensando si a ese lento corredor español, con la sonrisa de oreja a oreja, no le faltará un tornillo.

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Renuncias

Muchas veces hay que aprender a renunciar. No nos sale de dentro. Ya desde niños si la pretensión de nuestros papás era que eligiéramos entre el coche azul y el rojo, el resultado era más que previsible: pataleta y llantina. ¿Cómo no podían entender que queríamos los dos coches, o las muñecas, que lo queríamos todo? Quizá esté dentro de la condición icón humana el quererlo todo y por eso es tan difícil renunciar a algo. Renunciar a un sueño. Renunciar a una ilusión.

Lo suyo sería no tener nunca que renunciar a nada, pero la vida es una perra que no nos pone las cosas fáciles y nos va llevando a encrucijadas en las que no sabemos qué hacer: si seguir adelante como los valientes que se juegan la vida en una batalla a campo abierto o recular y buscar el abrigo de un parapeto para evitar que el enemigo nos meta una bala en los sesos.

Esta semana me ha tocado renunciar al maratón de Chicago 2015.

Y no a causa de una lesión o de una enfermedad, o por falta de entrenamientos. No. A día de hoy me encuentro pletórico de fuerzas: esta mañana mismo me ha tocado una tirada larga de 28 kms. que me he zampado como si fuera un caramelo de limón. He seguido un plan de entrenamientos exigente, mucho: a poco más de treinta días de la carrera llevo acumulados 200 kilómetros más que cuando preparé Mapoma en 2014.

La razón por la que renuncio a Chicago es mucho más banal, más zafia, más vulgar: dinero. En estos momentos la economía familiar es la que es y no podemos permitirnos el lujo de gastarnos 2.000 euros en un viaje a Chicago. Ni 1.000. Ni 500. Y menos por correr un maratón.

Así que tras once semanas de preparación y 660 kilómetros acumulados, tengo que decir adiós al sueño. Y seguramente también a correr un maratón en 2015.

Pero como se suele decir, el dinero viene y va. Llegarán tiempos mejores y nos reiremos de esto, chicos. Mientras tanto, la pestaña del correo electrónico me indica que he recibido un nuevo mensaje:

«CARLOS:

Thank you for completing the 2015 Bank of America Chicago Marathon deferment process. Your 2015 Chicago Marathon entry has been deferred.»

Ya no hay vuelta atrás.

CHICAGO MARATHON:

See you in 2016… mark my words!

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