
Después de nueve maratones en mi ciudad de origen, Madrid (ocho Mapomas y un Maratón del Milenio), el año pasado decidí que ya estaba bien, que quería ver mundo. A ver, no se me interprete mal. Soy un fans declarado de mi maratón, pero también conozco mis límites, y un maratón al año es todo lo que mi cuerpo debe soportar para poder llegar a la viejez corredora en condiciones deplorables, pero al menos no humillantes. Entonces la única opción que queda es renunciar a Madrid por otro maratón de primavera, aunque el último domingo de abril me acerque al Retiro a animar a los maratonianos y se me pongan los dientes tan largos que vaya rayando el asfalto al caminar.
Volvamos. Barcelona. Mu bonica. No había estado nunca. Ustedes los barceloneses tienen una bonita ciudad. Con ese mar que le falta a Madrid. Con ese Gaudí que le falta a Madrid. Y, ahora, hablemos de la maratón. Decidí ir a Barcelona porque leí muy buenas críticas acerca de la carrera y del esfuerzo que la ciudad había hecho para hacer de su maratón uno de los grandes de Europa (con ese esfuerzo que le falta a Madrid), de hecho, creo, que antes salía de Mataró y, bueno, que solo era una carrera para los incondicionales y relegada por el Ayuntamiento a que “molestara” poco (será que los Ayuntamientos piensan que los automovilistas son los únicos que pagan impuestos –¿me se oye, Palacio de Cibeles?-). También el recorrido y el perfil de la carrera, tan llano. Es decir, llano para los de la meseta, para los que hemos corrido Mapoma, cualquier otra maratón que no lleve el adjetivo “alpina” nos va a parecer llana como la palma de la mano.
En noviembre empecé con el entrenamiento específico, que no iba mal (mi temporada se divide en cuatro meses para correr un maratón y ocho meses para corretear como las cabritillas y si cae otra carrera pues bueno, pues vale, pues malegro; pero sin preparación específica), pero en febrero tuve que bajar el pistón por dolores muy importantes en la pierna derecha, por la zona tibial, el gemelo y debajo de la rodilla. Deseché el objetivo de la “mejor marca personal” y me centré en la idea de hacer turismo en Barna y disfrutar la carrera. Adiós entrenos de calidad y limité a dos, tres rodajes el entrenamiento semanal (y puesto hasta las trancas de ibuprofeno). Mi tirada más larga fue de 25 kms. He de aclarar que tampoco es que mi constitución física sea de etíope, es decir, que tengo mucha facilidad para que los alimentos entren en mí (ya todos sabemos qué tipo de alimentos, tampoco es cuestión de hacer sangre) y poca para que los kilos abandonen el cuerpo. Vamos, que es posible que medir 1,70 y pesar 72-73 pues algo tenga que ver con ese tipo de dolores. Vamos, que mucha fuerza de voluntad para entrenar, pero poca para dejar de comer. Al César lo que es del César.
Volvamos. Barcelona, 17 de marzo de 2013. Me encanta la forma de organización del guardarropa, aunque a algunos corredores no les gusta eso de cambiarse al aire libre y entrar sólo a dejar la bolsa (se entra por un lado, se sale por otro: adiós aglomeraciones, ¡perfecto!). A las 8:30 de la mañana (¿no es un poco pronto para empezar a correr?) llueve y yo estoy en el cajón de los que quieren hacer entre 3:30 y 3:45 con la vaga sensación de que puede ser el primer maratón en que abandone. El día anterior una amiga barcelonesa nos estuvo enseñando la ciudad, así que lo del descanso, hidratarse y comer pasta se quedó en el cajón de las buenas intenciones. A cambio me metí entre pecho y espalda un bacalao con tomate y alioli que no se lo saltaba un gitano.
Estoy en el cajón, decía, y se va saliendo por oleadas, ya hace rato que se oye a los speakers animar, o sea que ya dieron la salida. Andamos un poco y volvemos a parar. No siento molestias. Llevo tomando ibuprofeno desde el viernes y un antiinflamatorio en crema con el que me masajeo desde la rodilla al tobillo de la pierna derecha. Pero sé que al empezar a correr notaré ese pequeño pinchacito en cada zancada. Bajo el arco de salida empezamos a correr. Crono en marcha. Mola Montjuic, molan las torres venecianas, mola la Plaza Espanya. Hay mucha gente, música. Tiran confeti. Es una fiesta. Se me dibuja una sonrisa. Empieza el lío.
Para la ocasión he elegido modelito compuesto por unos corsarios de color negro y una camiseta térmica de compresión, verde, de manga larga. Por encima mi camiseta de la Media Maratón de Moratalaz verde. De “neumáticos” mis Adidas Adistar negras en su segunda participación en la distancia. Si el tiempo se mantiene así habré acertado, como salga el sol me coceré en mi camiseta térmica y mis mallas.
Pasamos el primer kilómetro y el pinchacito está ahí, lo siento tanto como a la gente que aplaude. Piensas cuándo dejaremos de ver gente. Hay muchos corredores, tengo una ligera sensación de agobio, de no poder correr a gusto. Kilómetro 2 y sigue la gente. Kilómetro 3 y lo mismo. A la altura del km 4 ya no puedo más y abandono el trazado para hacer aguas menores (siempre me pasa igual, después ya no vuelvo a parar en toda la carrera), así que mis disculpas a los vecinos de ese parquecillo tan mono pero no tuve otra alternativa.
Pasamos por delante del Nou Camp y me parece pequeñito. Me explican que está excavado hacia abajo. Sí, lo que quieras, pero por fuera es pequeñito.
No me gusta que nos metan por los laterales de calles anchas. Sigue dándome la sensación de agobio, de correr encajonado. Llegamos al km 10 y llevo un ritmo cercano a los 5:30 por km. El dolor está ahí pero es soportable. Llegamos de nuevo a la plaza de toros de las Arenas, detrás de la Pza. Espanya, y entramos al Ensanche en dirección norte, sé que mi próxima referencia es la Sagrada Familia pero parece no llegar nunca. Estamos en pleno centro y siempre hay gente dando ánimos. Ha dejado de llover, parece que tengo algo de calor.
Reconozco el Paseo de Gracia: la casa Batlló, la casa Milá. Pero los kilómetros parecen estirarse. Por fin llegamos a la Sagrada Familia (también me parece pequeña… debe ser que tengo el sentido de la monumentalidad muy agigantado). El caso es que me obnubilo con las torres y piso una botella de agua bien tapadita con su tapón y a punto estoy de torcerme el tobillo. Poco antes, en un avituallamiento, dos corredores se habían caído justo delante de mí (lo que no hace que el sentimiento de agobio mejore, por cierto).
La siguiente referencia es Meridiana, donde los corredores que suben ven a los que ya bajan. Al alcanzarla me quedo de piedra: sólo han cortado el sentido de salida de Barcelona y de esos carriles la mitad son para la gente que va y la otra mitad para los que vuelven (más la parte que ocupa el público). El sentimiento de angustia se vuelve claustrofóbico. Sólo puedes ir al ritmo del grupo en el que te halles encajonado. Más rápido no puedes, más lento estorbas. Un grupo de rock toca versiones de Dire Straits, se agradece (más que los de las batukadas, no sé si se llaman así… vamos, los que tocan los tambores). Me dan un gel de esos en el 20. No me acaba de sentar bien.
Pasamos la media maratón, empieza la hora de la verdad y noto que a pesar de que voy al mismo ritmo ya no tiro como antes. Mi siguiente referencia será Diagonal Mar. Ahora sí pasamos por lugares más despejados, con menos espectadores y con el pelotón más estirado, pero tan alejado de la línea de meta que pensar en abandonar es descabellado. Tramo ideal para recuperar tiempo… si hubiera fuerzas. Al llegar a Diagonal y veo al otro lado el avituallamiento del 30 aunque antes de llegar a él quedan unos cinco kilómetros.
Empieza mi sufrimiento. El dolor no se quita, pero tampoco va a más y sé que por eso no voy a dejar de correr, no voy a abandonar. El problema es de piernas. A estas alturas de la carrera echo de menos los kilómetros del plan de entrenamiento que no pude hacer por la lesión. Los pacemakers de 3:45, que he estado siguiendo desde Meridiana se van, se me escapan y no tengo fuerzas para ir tras de ellos. Pasa el 25, el 26, el 27 y cada vez tengo menos fuerza. En el avituallamiento del km 28 me atropellan y casi me hacen caer. Reniego de las carreras con tanta gente y echo de menos mi Mapoma.
Km. 30. Pienso que hay muy poca gente andando, que en Madrid, en el 30 los corredores que andan ya son muchos. Miro al otro lado, a los que van por el 25 y allí sí hay mucha gente andando. Continúo. Las ganas de pararme son atroces, mis piernas son dos palos y todavía quedan 12 kilómetros. Pero vamos a pasar junto al mar y quiero disfrutar de la carrera. Decido que es tontería tratar de seguir un ritmo que ya no es mío.
Km. 31. Decido que iré todo lo lento que sea necesario, pero sin dejar de correr.
Km. 32. Me acuerdo del dicho: “en el kilómetro 30 pensé que estaba muerto, en el 35 me hubiese gustado estar muerto, en el 39 supe que estaba muerto… en el 42 me di cuenda de que me había convertido en alguien muy difícil de matar”. Yo ya he pasado por esto, Carlos, me digo, nueve veces he pasado por esto, sé hasta dónde llega el sufrimiento y sé que yo ya soy alguien muy difícil de matar.
Km. 33. Pienso en positivo. Que desde mi cuarta maratón siempre las he acabado corriendo, no puedo andar.
Km 34. Me encanta el mar y esta zona de Barcelona tiene que ser muy bonita con buen tiempo. Vuelve a chispear.
Km. 35. Dejamos el mar. Me adelantan corredores. Pasitos cortos pero sin dejar de correr.
Km. 36. Pasamos por debajo de un Arco de Triunfo y pienso lo bonito que debe ser pasar por ahí en plenitud de condiciones.
Km. 37. Estamos en el centro de Barcelona otra vez. Ayer Eli, nuestra amiga barcelonesa me dijo que cuando llegara a la Plaza de Catalunya el maratón estaba hecho. Y ya estoy allí. Paseo por la zona antigua. Con cuidado de no resbalar que por ahí no hay asfalto.
Salimos a Laietana. Una chica americana está voceando en inglés que ahora debemos estar orgullosos de nosotros mismos y demostrarlo. Yo sólo pienso en que le den un valium. Salimos al paseo marítimo otra vez. Ayer estuvimos paseando por allí, ya no queda nada. Seguir corriendo. Despacito, pero correr.
Pasamos debajo de Colón hacia el inicio del Paralelo. En todos los sitios avisaban sobre la dureza de los dos últimos kilómetros (¡porque estamos en el kilómetro 40 señores!) en subida. Pero yo vengo de Madrid. Vengo de una carrera en la que llegar a Atocha desde la Casa de Campo es un tormento y justo cuando has dejado atrás esa pesadilla a los organizadores no se les ocurre que meter la puta cuesta de Alfonso XII desde el Museo Etnográfico hasta el Retiro. Así que… ¡el Paralelo me lo paso yo por el Arco del Triunfo! Sí. Pero abajo los humos porque 42 kilómetros son muchos kilómetros en Madrid, en Barcelona y en la China Popular. Y se notan. Y la pendiente del Paralelo se nota. Pero ya hay mucha gente.
Km 41. Cada vez más genteAparecen las vallas a ambos lados. Huele a meta. La plaza Espanya se ve y la sonrisa vuelve al cuerpo. Ahora ya nadie anda. Todos corremos. Yo a mi ritmo, no puedo más. Pero sonrío. Se oye la megafonía. Se ve el arco de meta. Llego, llego, llego. El speaker dice mi nombre. Alzo los brazos y miro al cielo. Pienso en Mateo, mi hijo, en mi mujer y en que estarán entre tanta gente y a lo mejor mojándose porque llueve. Llueve a cántaros. He acertado con el vestuario. ¡Llegué! 3:56:06. Se acabó, ya no hay que correr más. Conozco la sensación. El placer de pararte. La satisfacción de haberlo vuelto a hacer. Yo, señores, corro maratones. Los voluntarios nos quitan los chips con unos alicates porque nos los han hecho sujetar con bridas. El que me lo quita a mí me ve con mi sonrisa estúpida y me pregunta de dónde vengo: “¡Madrid!” Le contesto risueño. “Enhorabuena”, me dice.
Enhorabuena…
Después de mí, muy poco después, entró un corredor de 45 años, catalán. Se sintió indispuesto en la línea de meta, y a pesar de las asistencias médicas entró en parada cardiorrespiratoria y murió de camino al hospital.
Pienso en esa familia, y en la mía si se vieran en esa misma situación. “Cuánto dolor por una afición estúpida”, pensaran… y llorarán… y la maldecirán. Y en él, la de momentos que ya no podrá vivir, el tiempo que habrá dejado de estar con los suyos por esa pasión, por esa necesidad de correr. Correr para llegar. Correr para sufrir. Correr para morir. Pero la vida tiene sus riesgos por el mero hecho de vivir. No hay que desoír al cuerpo nunca…
… Pero si yo dejara de correr por miedo a ser la próxima víctima en una carrera, y si llegase el invierno y la lluvia, y si una de esas frías tardes, bien calentito en casa, parapetado detrás de los cristales viera pasar por delante un runner preparando el próximo maratón de primavera seguramente me convertiría en el hombre vivo más desdichado de la Tierra.
Fantástica crónica! Enhorabuena por acabar la maratón corriendo pese a todo el dolor, esa espinita la tengo yo, en mi primera (y única maratón) tuve que andar un poco y me «desilusioné» un poco.
Yo también he pensado en los que han muerto corriendo, en las ultras ……. pero todos los días muere gente en el coche, volviendo del trabajo, durmiendo, en el baño, por fumar ………. es así, es la vida, pero claro, impresiona y mucho cuando sucede desde tan cerca.
Gracias, Antonio. 《Ladrillaco》 es lo que me ha salido, pero espero ir mejorando con el tiempo hasta ponerme al nivel de ustedes :). Lo de terminar corriendo… yo no lo conseguí hasta la cuarta maratón, y si yo lo hago es que no es necesario ser un superatleta. ¡Un saludo!
Qué grande Carlos! Qué buen relato!! Ojalá algún día llegue a correr una maratón de 42Km! Hoy la veo lejana. Te felicito!!
Gracias, Luján. Parece mucho una maratón, pero sólo necesitas dos cosas: paciencia y constancia. Además me parece fabuloso que las chicas cada vez seáis más valientes y os aficionéis a esto! 🙂
Felicidades por la Maratón y la crónica!
Somos la banda tributo a los Dire Straits (Angels of Mercy) y te agradecemos los comentarios sobre nosotros.
Nos enorgullece ver que os llega nuestro apoyo durante la maratón.
Un abrazo!
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Sergi
Gracias a vosotros. A mí me encantó oiros y desde luego disfruté mucho con la música aunque no pudiera quedarme hastael final 😉 Gracias por pasar por aquí. Sorpresón! 🙂